-La resistencia está sobrevalorada-. Al oír esa frase pronunciada en voz tan elevada que logró hacerse oír sobre el murmullo continuo de la terraza del café, levantó la vista del periódico y la dirigió hacia la mesa de al lado, disimuladamente, como mirando sin ver ni prestar atención; la había pronunciado una mujer elegantemente vestida que, a pesar de lo cuidado de su aspecto, no podía ocultar (probablemente tampoco quería) que los 50 los había cumplido hacía ya tiempo.
La conversación se animó alrededor de aquella mujer elegante y pronto se convirtió en una suerte de debate entre quienes consideraban la Resistencia como un gran valor y quienes, sin considerarla un valor negativo, sí pensaban que estaba sobrevalorada; volvió a esconderse tras el periódico del domingo y sus suplementos pero le llegaban igualmente retazos del debate de la mesa contigua, algo que agradecía porque le parecía más interesante lo que oía que lo que estaba leyendo...
Quienes defendían la Resistencia hablaban de correr maratones y, al hacerlo, espantaban a la mujer elegante que bramaba -¡y quién quiere correr maratones!-; claro que el caballero que defendía las bondades del deporte lo hacía metiéndose entre pecho y espalda un copazo de cognac mientras que la mujer elegante disfrutaba de un té verde con lo que la cohartada de lo saludable del running se veía puesta en entredicho -¿tanto resistir para acabar hundiendo el beneficio en una copa de cognac? ¡ja!-.
A la mesa se sentaba también un hombre un poco más joven que se reía ante los dardos envenenados que se lanzaban la mujer elegante y el hombre de la copa de cognac (no acertaba a adivinar la relación entre ambos pero si de algo estaba segura es de que su discusión acerca de las bondades y miserias de la resistencia escondía más discrepancias que la evidente); el hombre más joven, tal vez tratando de mediar o al menos de calmar los ánimos (porque estaban elevando el tono un poco más de lo razonable), hizo un comentario acerca de la importancia de la persistencia en la vida, de no tirar la toalla demasiado rápido, algo para lo que cierto nivel de resistencia podía ser útil; el hombre respiró hondo levantando la cabeza con cierta altivez tomando el comentario del joven como un refuerzo a sus argumentos, la mujer por su parte miró al joven sin decir palabra, elevando las cejas y animándolo así a rematar su argumento.
-Siempre que en lo que se persista no sea un error, claro- añadió haciendo que el hombre se desinflara como un globo y la mujer sonriera sobre su taza de té; -no sé- añadió el joven -pensad en Nadal, necesita Resistencia para aguantar partido tras partido... pero como no acompañe la Resistencia de otras virtudes no gana ni a las canicas-.
Pidieron la cuenta, cosa que ella lamentó porque le hubiera gustado continuar escuchando aquella conversación... hasta que al levantarse y dirigirse hacia la puerta la mujer elegante sentenció: la Resilencia ha sido siempre mucho más interesante que la Resistencia en cambio la palabra es mucho menos común y más desconocida, menos usada y más incomprendida. Y así nos va...
Lo cierto es que poco había que añadir a aquella conclusión tan cierta y certera.