Intuía el frío helado tras los cristales y, sin más aliciente que un café recién hecho para levantarse, remoloneó lo suyo antes de saltar de la cama y prepararlo; era domingo, un día tranquilo y pausado, quieto, uno en el que la vida parecía detenerse a descansar para retomar al día siguiente su ritmo desbocado y loco.
Veía volar las hojas de los árboles sobre la acera sabiendo que eran las últimas de aquel otoño que ya era invierno y, en el acomodo y la calidez que sentía tras la ventana, no lo logró encontrar las ganas de pasearse; pensaba entonces que, en realidad, había días hechos para la quietud, para ver el tiempo pasar sin necesidad de correr tras él, sin intención de llenarlo de nada; eran días como aquel domingo, un día frío y desapacible que a ratos amenazaba tormenta.
Se convenció de que aquel día era el antónimo de su habitual inquietud y decidió regalar a sus sentidos cada una de sus horas; se regalaría el oído con la mejor música, con una selección única de esas que tocaban el alma además de sus notas; al gusto le daría placer con harina, huevo y azúcar moreno no sin antes sentir su tacto al preparar la masa de las galletas y después de disfrutarlas en los aromas que el horno dejaba escapar; para sentir el placer por los ojos se le ocurrían uno y mil objetivos de indudable belleza... pero había uno al que volvía siempre porque era un refugio íntimo y personal que, aun siendo el mismo, no era nunca igual, era un libro, cualquier libro en su tipografía.
A media tarde se sentía extrañamente tranquila y sonreía para sí misma al pensar que quizá, tal vez, pudiera hacerse a aquella quietud y sentir loca y absurda la intensidad de su día a día...
Claro que bastó el sonido de las 8 en el reloj para que comenzara a pensar en su agenda y lo pediente, en una idea esbozada a medias y tres letras mal escritas, fue suficiente el sonido de las 8 para sentir que de la quietud bastaba un trago y que la vida era, en realidad, de naturaleza inquieta y no admitía de quietud más que un día de tarde en tarde.
Ansiaba ya al lunes y a su locura, ansiaba la vida.
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