Dejó que el libro cayera sobre la alfombra al tiempo que se llevaba las manos a la cabeza... había vuelto a leer Orgullo y Prejuicio por enésima vez y, si bien no podía negar que lo seguía disfrutando tanto como la primera vez, seguía perdiéndose en lo caminos que su admirada Austen trazaba para el orgullo y el prejuicio...
¿Era Darcy el orgulloso de su estirpe y Elisabeth la que albergaba prejuicios hacia el guapo y rico hacendado por su difícil caracter o era al revés, era él quien ostentaba prejuicios frente al burdo comportamiento de la familia de Elisabeth y ella quien tapaba su vergüenza por esa misma cosa con su personal orgullo? lo cierto es que todo podía explicarse y lo mismo se podía decir que el orgulloso era el uno como la una que el de los prejuicios era él o era ella.
Darcy y Elisabeth y Elisabeth y Darcy ¡vaya par de personajes!.
Ahí estaba el momento de la confesión: 'he luchado contra mi mismo... pero la amo' y, porque la amo... '¿le concedo el honor de ser mi esposa?'; los prejuicios de Darcy están claros... y el orgullo de Elisabeth también porque se apresuró a sentirse ofendida y responder en consecuencia con poco elegante 'gracias, pero no, gracias'.
Claro que, más allá de los prejuicios que muestra Darcy en ese maravilloso momento de la novela y el orgullo del que hace gala Elisabeth, no son pocas las ocasiones en las que es él quien se muestra orgulloso frente a los comunes mortales o ella prejuiciosa ante quienes toman decisiones que no comparte como su amiga Charlotte.
¿Y si al final el orgullo y el prejuicio eran la misma cosa? ¿y si no eran más que vestiduras viejas en las que no cabe nuestro cuerpo nuevo o, aun cabiendo, no le van bien? ¿y si con tanto orgullo de nuestros prejuicios y prejuicios de nuestro orgullo equivocábamos la elección al echar mano a nuestro fondo de armario y en lugar de vestir frescas y cómodas prendas de libertad y respeto vestíamos las viejas e incómodas del orgullo y el prejuicio?
Claro que también cabía la posibilidad de que cada uno de ellos contara con una dosis de orgullo y prejuicio en su carácter... mucho más humano el asunto visto así, sin duda.
Recogió el libro del suelo y, antes de colocarlo en la estantería, sonrió al ver lo viejo que estaba ya... no quiso pensar los años que llevaba aquel pequeño libro con ella, pero sabía sin pensarlo que eran más de 20 ¿y lecturas? no serían tantas pero sí muchas... y sabía también que volvería a leerlo para no olvidar nunca que el orgullo y el prejuicio tienden a re-alimentarse.
Gracias Jane (Austen).