Eché mano a un vaso pero, como si mi brazo supiese mejor que yo lo que necesitaba, este se avalanzó sobre una de las jarras de medio litro; no suelo utilizarlas, son en realidad un recuerdo de un viaje que, en cierto modo, prefiero olvidar, pero aquel día, al menos una de ellas, iba a resultar útil. La llené de agua, hielo y unas rodajas de limón y me senté en el único hueco libre del sofá; el resto del espacio, tanto el sofá como el suelo, estaba repleto de libros amontonados aparentemente sin orden ni concierto pero no era así; estaban amontonados, sí, pero con orden y concierto. Miré a librería que reina en el salón, entonces vacía, ocupada sólo en su hueco central por la televisión, y traté de imaginar el resto de baldas y estanterías repletos de nuevo de libros...
¡Qué locura! pensé, tal vez fuera uno de los efectos del confinamiento, me había acostumbrado a pasear por la casa con un paño en la mano y entrar en los baños y en la cocina con la lejía en la otra y ahora se me hacía poco ¿por qué no dar una vuelta a los armarios? ¿y a la librería del salón, (la biblioteca)? y, ya puestos, cambiar mi puesto de trabajo, ya no tenía sentido que estuviera en el salón y teniendo una habitación en casa que ejercía de habitación de invitados de pascuas a ramos y cada día del año de cuarto trastero ¿por qué no hacerlo? ¡venga! ¡más madera!.
Y así, porque una cosa llevaba a la otra, me daba la risa floja al pensar que mi casa iba a ser otra, siendo la misma, 'gracias' al coronavirus (o por su culpa... porque estaba segura de que el resultado me gustaría pero el trabajo que me estaba echando al cuerpo a ratos muertos que tendían a matarme a mi, no tenía nombre).
Apuré el agua de limón helada y comencé a poner cada coosa y cada libro en su lugar.
¡Escritores españoles!, preséntense y sitúense en la estantería superior (allá van desde Reverte, Zafón, Julia Navarro o Maltilde Asensi hasta los clásicos como Machado, Lorca, Pio Baroja y, por supuesto y entre otros, Cervantes, Góngora y Quevedo, también Rosalía y sus Orillas del Sar junto a las leyendas de Bécquer); ¡ingleses y americanos!, sigan sus pasos y ubíquense en la balda inmediatamente inferior (de Shakespeare a Bradbury y Tolkien pasando por las Brontë, Austen, Melville, Fowles, Golding, Whitman, Faulkner, Dickinson, Dickens, Joyce, Kipling...).
Ensayo, cultura e interés general, a la siguiente, con María Blanco al frente (tanto sus Tribus Liberales como su Afrodita Desenmascarada) y acompañada por cosas tan variopintas como libros de Storytelling, de Marketing o de Management y autores tan diversos como Álex Rovira o Lázaro Carreter); novelas de entretenimiento al fondo (pecados de verano firmados por Grisham o Robin Cook, también Forsyth y Le Carré además de Ken Follet...¡y cómics! Tintín, Asterix y Mortadelo y Filemón), grandes novelas a primer plano (ahí está Baudelaire y también Auel, Umberto Ecco y Dominique Lapierre entre otros), junto con las colecciones especiales (mmm... aquella maravillosa colección de grandes novelas con encuadernación rojo y otro y guardando las mejores historias de Graham Green, Morris West, Daphne Du Maurier, Vargas Llosa, Torrente Ballester, Erich Maria Remarque...); así se completan dos columnas y ocho baldas de librería, faltan 5 más, sin contar la parte central ni los espacios 'tapados'.
Ciencia-ficción a la derecha con todas sus distopías, sus historias casi de terror, sus realidades paralelas que a veces se acercan peligrosamente a nuestra realidad, allí está Dan Simons, Brian Lumley, colecciones completas de Nova y algunos premios Nébula.
Y grandes libros, esos de presencia imponente y temática variopinta (moda, relojes, arte impresionista, historia de los dinosaurios, coches clásicos, los secretos de Egipto o las leyendas de Galicia) salpiquen la parte central de la librería entre elegantes tallas de Sargadelos y alguna foto de bello recuerdo. ¡Grandes construcciones! No, no... no es un libro, son grandes construcciones de Lego (Titanic, Halcón Milenario, Cohete espacial y Portaviones) coronen por favor la librería.
Me alejé de la estantería que había acabado de ordenar y decorar... 'por sus libros los conoceréis' pensé, allí estábamos los tres que vivimos en esta casa, tanto es así que cuando los otros dos entraron en el salón señalaron rápidamente: esos son los míos, esos los tuyos y esos los de papá... Y no están todos los que son, algunos, los más viejos y gastados, están en la habitación que será pronto mi despacho.
¿Qué por qué nos gustan los libros? pregunta incorrecta (si los políticos pueden regañar a los periodistas por preguntar esto o aquello, también puedo yo regañarme a mi misma por lo mismo); la pregunta correcta es ¿cómo es posible que no os gusten? es solo que no habéis descubierto su magia todavía... no esperéis más ¡hacedlo hoy mismo!.