Un paisaje nevado se le antojaba siempre una imagen apacible y hermosa, de suelos mullidos y honestos como sólo el color blanco puede serlo; cuando el cielo regalaba al suelo su manto blanco, escenificación perfecta del viaje de las nubes de nuestra cabeza a nuestros pies, le hacía sentir que todo era posible ¿como no iba a serlo si incluso el mundo podía darse la vuelta y poner las nubes a sus pies?
Claro que esa era sólo una primera aproximación a la grandeza de la nieve porque, una vez que la relación pasó de ser ansiada y esporádica a convertirse en un encuentro constante todos y cada uno de los inviernos de su vida, supo del dolor del frío, de la terrible sensación de la nieve helada en su rostro y en sus manos, supo de la crueldad del viento hiriente y del granizo lacerante, supo de la inclemencia del hielo y de la quietud doliente del alma junto al fuego buscando un calor que le es ajeno.
Nunca como entonces entendió en toda su certeza la afirmación que decía que nada es lo que parece y cualquier cosa puede ser en un momento ella misma y su contrario. Se preparó un café, sabiendo que aquellos pensamientos auguraban un domingo oscuro por más que el sol quisiera imponer sus rayos desde lo alto del cielo, era oscuro porque ese era entonces el color de sus días, un tiempo de horas mohínas y aburridas que se llenaban siempre de las mismas tareas y los mismos miedos.
Tomó la taza entre sus manos intentando olvidar la nieve para sentir el tacto de la porcelana caliente en sus manos y la calidez del café en su boca, negándose la opción de divagar en negativo porque si algo había aprendido a lo largo y ancho de sus años, era que uno acaba por actuar siempre como piensa y nada como pensar en nieve para quedarse helado...
Miró sus manos con la profunda convicción no permitir que se helaran y el no menos profundo deseo de hacer con ellas algo más grande que ella misma, por un momento le pareció aquel un pensamiento baldío pero recordó la clarividencia de Jordan cuando decía que hay gente que desea que las cosas ocurran, otra que espera que las cosas ocurran... y hay gente que hace que las cosas ocurran; -¿qué había que hacer para unirse a aquel club?- lo desconocía, pero algo le decía que el acceso comenzaba a ganarse en la acción de hacer siempre algo más de lo posible.