Con el abrigo bien abrochado y la bufanda tapándole hasta la nariz, el pequeño caminaba escondiendo sus manos en los bolsillos para escapar así del frío de aquella tarde; -dime la verdad- dijo plantándose en mitad de la calle y mirando directamente a los ojos a sus acompañantes -sois vosotros ¿verdad?, los Reyes Magos, ¿sois vosotros?-. Por la cara de la mujer y la sonrisa cansada del hombre, dedujo que aquella no era la primera vez que el pequeño los acusaba de llegar de Oriente cada Navidad y por el modo en el que continuaron el paseo supo que daban por bueno el camino recorrido por el niño hasta llegar a la verdad. -Si es que somos unos muggles, de verdad...- añadió el pequeño recordando a una de sus series de libros y películas favoritas, la del niño mago Harry Potter.
Siguió el mismo camino que el trío que había llamado su atención y, antes de que se diera cuenta, estaban situados para ver pasar a los Reyes Magos de Oriente y el pequeño más que dispuesto a hacer acopio de caramelos pero, a juzgar por la expresión de su cara y el modo de mirar a sus padres, seguía dando vueltas en su cabeza a la exclusiva que le habían confirmado hacía pocos minutos; -me habéis estado mintiendo- les decía con cierta sorna -me habéis mentido toda mi vida-, los padres se reían ante la ironía del pequeño y la risas se convirtieron en sonoras carcajadas cuando el pequeño se giró hacia ellos preguntando (y respondiéndose a la vez) -entonces... !el ratoncito Pérez tampoco existe!- lo dijo por lo bajo, tratando de preservar la inocencia de los niños que se agolpaban en la acera para ver a los Reyes Magos, su madre se agachó un poco para poder escucharlo bien y el pequeño confesó -es que no puede hablar alto, no quiero arruinarles la infancia a estos pequeños muggles-.
No le resultó difícil imaginar que, al terminar el desfile de Magos y Reyes, la familia se marcharía a casa a cenar un trozo de roscón de reyes de película ¿dejarían algo a los Reyes Magos? tal vez ya no, pero el modo de saltar por la acera del pequeño, el modo de reírse y de regañar a sus padres por las mentiras sostenidas en el tiempo durante tooooda su vida, confirmaba que alguien se levantaría en mitad de la noche a colocar regalos en árbol de Navidad y, ya por la mañana, la fiesta de las sorpresas sería la de siempre aunque sin la absurda idea de que tres abuelos montados en camellos habían pasado por su salón.
Y una vez más, un año más, recordó que lo importante no era lo que sucedía sino lo que uno hacía con ello, tal vez habría niños para los que descubrir que la magia era sólo un sueño era una decepción pero también había pequeños que deduciendo la verdad de forma lógica, la aceptaban porque tenía sentido, y lo hacían sin renunciar a la ilusión de un regalo que no existía cuando se iban a la cama y aparecía de forma casi mágica a los pies de su árbol de Navidad por la mañana. Cabe que eso fuera la magia, ser capaz de disfrutar y sonreir más allá de la realidad, más allá de las tormentas...