Mediaba ya septiembre sus días y exigía un cambio de fondo de armario, lo hacía además entre lluvias, fríos y tormentos que eran tan propios del fin del verano como de su alma de entretiempo.
Con las puertas del armario abiertas de par en par se sentó al borde de la cama y miró hacia el fondo de sí misma, había llegado el momento de abrigarse porque no había cambio climático que pudiese evitar los fríos que se avecinaban, observó las cajas que sabía llenas de zapatos, algunos planos y varios pares de tacón alto, esos que le gustaban para elevarse sobre los problemas y sobrevolarlos antes de que causasen daño alguno; vio también las pilas de jerseys en la parte más alta y lejana de sus manos, necesitaría una escalera para alcanzarlos.
Se preparó un café con mucha calma y poco azúcar, lo hizo con la pereza propia de quien se niega a vestirse de otoño al tiempo que siente su humedad su frío en la piel y en los huesos; cambió camisetas por bañadores y botas por sandalias pero dejó los abrigos en los más alto y en sus cajas, no eran todavía necesarios y no sacarlos de su rincón oscuro le hacía sentir el invierno más lejos, sabía que era sólo una sensación pero... ¿por qué negarse una sensación agradable? no haría tal cosa.
Una hora más tarde su cama se parecía más a un rastrillo que a un cómodo lugar en el que echar un sueño o dos... un montón para el contenedor de ropa usada, otro para su hermana, uno más para guardar muy al fondo, sólo por si acaso... y luego las cosas bellas y útiles que conservaba de la temporada anterior y seguían siendo tendencia.
Así, como su armario, era su vida, un compendio de hechos y recuerdos, algunos digno del más sonoro de los olvidos, otros merecedores de un lugar de excepción en su mundo... aunque lo cierto es que no quería recordar nada, ni tan si quiera quería mirar hacia atrás, sólo quería dar un paso más hacia delante y luego otro, con la misma calma y poco azúcar con la que se había preparado el café...