Pandemia, coronavirus, nueva normalidad, confinamiento, cierre perimetral, resiliencia, empoderamiento... y moción. A la lista de palabras de moda se unía una nueva: moción. Y como no estaba ella para mociones se calzó las zapatillas y se echó a las calles a tomar el sol con el deseo íntimo de que el sol la tomara a ella o, cuando menos, a su desánimo porque la palabra de moda, moción, había alterado su ánimo, cosa que no dejaba de tener su lógica porque la segunda acepción de la palabra según la RAE era precisamente esa, alteración del ánimo.
Lo que más lamentaba era que la tradición cristiana en la que había crecido y que la había educado no pesaba más que aquel desánimo y no sentía nada de esa inspiración interior que Dios ocasiona en el alma, según la acepción sexta de la RAE para esta palabra de moda, moción.
Claro que la moción que estaba de moda era la de censura, la que se definía entre la acepción una y tres del diccionario de la RAE: acción y efecto de mover o ser movido (de un gobierno, por ejemplo...) y proposión que se hace o sugiere (se hace, se hace... que si sólo se sugiere te convocan elecciones y el movido eres tú...) en una junta que delibera.
No estaba ella para mucho deliberar y además le apetecía mucho más botar que votar pero si nos poníamos a movernos, a movernos la silla y tirárnosla a la cabeza lo mismo era mejor guardarse los botes para navegar el verano y votar en defensa propia con la mascarilla bien ajustada.
¡Apoyo la moción! se gritó a sí misma y para sus adentros mientras apretaba el paso y casi echaba a correr camino de un futuro en el que no cabían medias tintas, o se convertía una en María Pita, Emilia Pardo Bazán, Agustina de Aragón o Clara Campoamor o hacía del oír, ver y callar santo, seña y lema... asumiendo en todos y cada uno de los casos las consecuencias de los actos y decisiones propias que eso es vivir en libertad.
Puso fin a su paseo de domingo como acostumbraba cuando no comía fuera: pasando por el kiosko, haciéndose con algunos periódicos y preparándose, y a en casa, un café; a punto estuvo de convertir el café en carajillo cuando comenzó a leer unas y otras noticias, unas y otras columnas de opinión y tuvo la sensación de volver a sus 15 años cuando el mundo parecía empeñado en decirle qué pensar y cómo comportarse, a duras penas admitió lecciones entonces, menos ahora que las canas ocultas bajo su tinte natural y las líneas de expresión (arrugas, dicho en castellano liso y llano) del contorno de sus ojos, esas que no había colágeno ni ácido hialurónico que borrara del todo, demostraban que no necesitaba tutelas.