No era cierto. Y lo sabía. La repetición de una mentira no la convertía en verdad. Pero, a fuerza de decirse y desdecirse para volverse a decir, se creaba tal nebulosa a su alrededor que comenzaba a parecer tan verdad como mentira. Era la perversa magia de la incertidumbre, en ella todo podía ser cierto... o no.
Eso alcanzaba a entenderlo, sabía bien que nada hay tan libre como el miedo y que, en situaciones inciertas, hacía uso de toda esa libertad para conquistar emociones y ahogarlas en sus sensaciones oscuras. En esas situaciones hasta la más cruel de las mentiras podía llegar a ser una tabla de salvación. Había quien necesitaba la mentira para soportar su realidad cuando no para soportarse a sí mismo y eso no era más que el principio de una vida, cuando menos, confusa.
Claro que no eran esas las mentiras que la hacían revolverse contra el mundo, no eran las mal llamadas mentiras piadosas ni los falsos silencios lo que más hería, era la mentira intencionada, la que respondía y servía a un fin, la que tergiversaba la verdad y la retorcía hasta transformarla conviertiendo en cierto lo que nunca antes lo había sido. Eran las mentiras que, a fuerta de decirse y repetirse, de publicarse en negro sobre blanco, de ser defendidas por una y mil voces, acababan vestidas de grandes verdades cuando su germen no era otro que el de la mentira peor intencionada.
Había gente capaz de mentir mirándote a los ojos y gente capaz de decir que 'el mundo no soporta la verdad tal y como la dices', como si hubiera algún modo de ser auténtico que no implicase decir la verdad palabra por palabra.
Nada había cambiado, pensó, había transcurrido el tiempo, un buen puñado de años, lustros, décadas ya pero nada había cambiado, le dijeron que algún día comprendería que la mentira tiene su función en la sociedad, que entendería su existencia, que la justificaría ¡que incluso la usaría!.
Echó mano a su libreta y añadió una nueva anotación: todo el mundo puede mentir pero no todo el mundo puede afrontar su verdad.
Y es que, nos guste o no, pensó... hay quien necesita, pide, casi exige, que piensen por él porque pensar por uno mismo es siempre más cansado... Y es a esa exigencia a la que responden los leales amantes del poder, tratando de llevarse por delante a golpe de mentira incluso a quienes piensan por sí mismos.
Sonrió entonces al recordar un dicho que había oído desde niña... sólo el pez muerto sigue la corriente. Sonrió de nuevo. Porque estaba viva. No estaba loca. No era contestataria ni difícil. Sólo estaba viva.