The Sunday Tale

Indecisión

¿falda o pantalón? ¿tacón alto o bailarinas? ¿un sí o un no? ...

A vueltas consigo misma y con su vida comenzó a jugar con la palabra indecisión, con todas sus acepciones y cada uno de sus matices, buscando un doble sentido aquí y quitándolo allá y sabiendo en todo caso, que no estaba haciendo más que huir de la necesidad de decidir, un punto al que antes o después llegaría y al que tendría que hacer frente de algún modo, decidiendo, y asumiendo el riesgo que eso suponía.

No temía equivocarse, asumía de antemano su imperfección y en ella sus errores, no le suponía preocupación alguna elegir el camino equivocado porque sabía que encontraría desvíos que tomar en busca de la autopista hacia el futuro, lo que era para ella una carga insoportable eran las puertas que cerraba sin remedio al abrir otras, los caminos que dejaba atrás al tomar otros porque sabía que, si bien habría otras puertas y otros caminos, aquellas permanecerían ya tapiadas para siempre y los caminos convertidos de modo indefinido en carreteras sin salida.

Se reía de sí misma en la cocina ante las bolsitas de té y las cápsulas de café intentando definir si café o té; también ante su armario, hogar de toda indecisión posible, que si vestido o pantalón, que si cuña, tacón, bailarina o zapatillas, bolso o cartera, chaqueta, abrigo, gabardina o a cuerpo serrano... rojo, verde, marino o amarillo, elegante, informal o deportivo... para ella a veces, en la variedad, más que el gusto, estaba el disgusto y, junto a él, la indecisión.

Y cuando el día venía así, dudoso per sé, situaciones como su hermana preguntando si lunch o brunch, eran la gota que colmaba el vaso de su paciencia y la llevaban al límite de su indecisión; pero ella, que se sabía bien de aquella angustia, sabía también que no era momento de decidirse; no importaba la prisa que pudiera haber ni los compromisos por cumplir, ante la ira, la impulsividad y el vivir de repente más fuera que dentro de sí misma la incapacitaba para errar dignamente o acertar con alegría en sus decisiones y, por tanto, la liberaba momentáneamente dando coartada tiempo a su incapacidad para decidir.

Pero ella sabía que la coartada era tan falsa como su absurda su indecisión porque, de no definir ella sus síes y sus noes, acabaría por definírselos la vida que tenía tantas opciones de fallo y acierto como ella misma con la diferencia de que ella habría decidido con más cariño y mejor esfuerzo.

Y por eso seguía vueltas con unas cosas y con otras, haciendo tiempo para perderlo, para concederse aire que respirar y decisiones que tomar...

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