La vida era una cuestión de horas, no le cabía ninguna duda al respecto y por eso paseaba rumbo a la cocina y de ella en dirección al salón con paso rápido y nervioso, el propio de un animal enjaulado que se sabe preso y no encuentra el modo de romper los barrotes que le impiden sentir la libertad en su piel.
Había optado por tatuarse con el único ánimo de sentir algo precisamente ahí, en su piel, aunque no fuese más que dolor porque la quietud insensible de la apatía la iba ahogando poco a poco; se había hecho un selfie junto a su tatuaje, todo en plan vanguardista, natural y protestón porque entre no saber qué hacer y no hacer nada latía un mundo de locuras por el que se dejaba seducir a ratos...
Y es que un día descubrió que los barrotes de su jaula eran de humo, nada más, que podía traspasarlos con la sola intención de hacerlo, que era sólo cuestión de respirar hondo y dar la cara, de asumir el error como parte del proceso y el éxito en la misma medida, eso sí, todo aliñado con su buena ración de 'gracias' y 'por favor' porque sabía bien que del mismo modo que nada que mereciese realmente la pena sería cosa fácil de alcanzar, los grandes proyectos de una vida se transitaban también en compañía, una compañía a la que mirar de frente y a los ojos, compañeros de viaje a los que sonreír desde la generosidad y a los que pedir desde la honestidad. Llegarían después las sorpresas, algunas vestidas de sonrisa y otras con los matices aromáticos de la más profunda decepción, llegarían los sabores agridulces y lo amargos junto a los salpimentados en su punto justo de cocción.
Su despertador comenzó a cantar e iluminarse pizpireto anunciando la hora de saltar de la cama pero el que saltó ¡por los aires! fue él porque ella había decidido que aquello de la hora de levantarse y acostarse, la de entrar y salir, la del café o la de la cena, la hora de cierre y de entrega... todas aquellas horas habían muerto, había llegado la hora de vivir porque, si bien daba por hecho y sentado que la vida no era cosa fácil, se negaba a aceptar que fuese cosa amarga y desechable, sería algo intenso y arriesgado en lo que no pensaba obviar ni una sóla de las responsabilidades que había adquirido para con la vida de los otros... tampoco para consigo misma. Ahí el reto y el exceso, al aventura, el riesgo, el éxito, el fracaso y las heridas... ahí la vida.
Sonrió... porque supo entonces que sería de las que llegaría al final de sus días cansada, arrugada, despeinada y cabe que incluso medio rota y hasta hecha pedazos con un cartel bajo su rostro que rezaría: he vivido.