Observó su rostro en el espejo en busca del rastro de su alma y allí estaba, no importaba cómo ni cuánto sombreara sus ojos o iluminara sus labios, era de todo punto intrascendente la luminosidad de su piel o el tono de sus mejillas. La emoción afloraba siempre a través de los ojos y tomaba forma en una mueca que quería ser sonrisa.
Podía arrancarle a su rostro algún año con cierto mimo y cuidado, podía lucir más bella o menos imperfecta al menos, pero era el alma reflejada en el rostro la que elevaba la belleza al infinito o la dejaba morir sepultada tras un brochazo de color aquí o una sombra de luz allá.
De nuevo domingo y calle, pertrechada contra el frío del invierno y temiendo la intención de las nubes, entró en el parque dispuesta a dejarse arrastrar por el mar de rostros y almas que lo paseaban ya cuando ella tan solo llegaba.
Y allí estaban todas y todos... el alma tímida y discreta, o quién sabe si engañosa, que se ocultaba tras unas gafas de sol y otros complementos, la que se había levantado con cara de perro, la que llevaba el ser feliz pintado en la rostro y la que parecía ausente; no faltaba la romántica en tonos y fulares naturales ni la divertida que mira de frente y luce accesorios para atraer la atención del mundo; estaba la gran sofisticada, la sensual del corte garçon, la atrevida y descarada y una más a medio camino entre la naturalidad y la elegancia, con el pelo secando al aire.
Almas y rostros dispares que se encontraba en los niños porque no importaba la edad ni si eran chicos o chicas, todos ellos lucían curiosidad y alegría, era la esencia de ser niño, algo que tendíamos a perder con el paso del tiempo y los hechos; se preguntó cuánto se perdía en aquella curiosidad y aquella alegría que no encontraba en otros rostros ni otras caras... y temió la respuesta al ver pasar una nueva cara de perro a su lado.
Quizá fuera por eso, más que por un asunto de perfección, juventud o belleza, que las mujeres se pintaban la cara y los hombres cuidaban su piel y se recortaban la barba, en un intento valdío de ocultar su alma cansada al mundo... o quizá, quizá tanta decoración tuviese como fin único y último recibir al alma con buena cara en el rostro para aplacar su disgusto y llenarla con la ilusión que la vida parecía a veces empeñada en quitarle.
Se encaminó a casa dipuesta a dar buen uso a cada uno de los botes y colores que poblablan su cómoda porque, con buena cara, todo es posible...
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