Se levantó inusualmente feliz protagonizando un madrugón de domingo, pero la ocasión lo merecía… Bullían todavía en su cabeza las ideas enganchadas al vuelo el día anterior, en The Space Between, y se moría por compartirlas con su hermana y su sobrina, incluso con su madre que, sorprendentemente, había decidido apuntarse a aquel desayuno femenino y dominguero.
Cuatro mujeres, cuatro edades… y una mesa repleta de croissants recién hechos, tarros de mermelada y café humeante… el camarero las observaba desde una distancia prudencial, intentando ser siempre servicial y discreto pero irremediablente atraído por la risa y la complicidad que adivinaba en aquel grupo, desconocedor de las profundas discrepancias que también lo unían.
Pero no era aquel un domingo de discrepar, lo era de compartir y de comprender, de escuchar, hablar y aprender; ella les contaba detalles de las charlas a las que había asistido el día anterior…
Les habló de Marta Miranda y sus ideas acerca de la cocina, que era para ella alquimia porque sentía guisar como un proceso mágico; rieron cuando les contó las diferencias en cuanto al tiempo y la forma en que hombres y mujeres sienten su cuerpo según Mari Cruz Estada; descubrió un inusual brillo en la mirada de su madre, un extraño movimiento de manos, al explicar la esencia del tejer y la calidez de la lana que de forma tan única y personal había compartido Clara Montagut; el techo de cristal, invisible y ajeno a nosotras, y el de cemento más cercano y personal, les supuso un rato de amigable discusión porque tales conceptos de José Andrés Fernández daban para ello y más; se emocionaron al conocer la historia de Álida Viso, una exiliada cubana que de ayer a hoy salió de Cuba con el alma partida en dos por la pena de verse alejada de la tierra a la que cantaba Gloria Stefan y la alegría de salir con su marido que, de otro modo, seguiría viendo caer 13 años más al menos sobre los 7 ya vividos en prisión por pensar y hablar diferente; volvieron pronto a la risa al recordar las aventuras como ingeniera de campo de Patricia Pisabarro y su sencilla y reveladora concepción de sí misma como tal… una mujer que resuelve tareas con ingenio y sencillez…
En un momento de su loca verborrea saltando de charla en charla y de detalle en detalle, se enredó en el título del evento… The Space Between… y su madre sonrió condescendiente haciendo un sutil gesto de asentimiento con la cabeza, mientras su sobrina iniciaba su propia disertación acerca de la necesidad de abandonar el espacio entre medias en busca de prados más verdes.
- No lo harás – dijo su abuela a la joven – y no porque no quieras, simplemente no podrás… cuando te escores para alcanzar algo fuera del medio, algo que anhelas y deseas, lo harás con todo, como ellos… pero no podrás evitar girarte para acariciar el extremo opuesto al que te encaminas, no podrás renunciar a todo por un único objetivo porque eres una mujer y las mujeres no somos así, somos más complejas… y más completas. -
Ella no salía de su asombro, nunca hubiera imaginado un discurso semejante en boca de su tradicional, clásica y conservadora madre… – Equilibrios – continuó entonces su hermana – la felicidad está en los equilibrios, en mantenerte en medio sin escorarte, sin caer, alcanzando con tus manos cada cosa en su momento… – sin dejar que ninguna te atrape en exceso – continuo ella confesando sutilmente su pecado – alejándote de las demás -.
Claro que no era una confesión personal, la mirada momentaneamente perdida de su hermana y la presencia entonces ausente de su madre no eran más que una reflexión íntima y discreta acerca de hacia donde escoraron sus vidas y lo que sus manos no alcanzaron en el tiempo discurrido de su vida…
Pero ahí estaban la adolescente y su inconsciencia, sus pocas ganas de reflexión y sus escasas confesiones pendientes, no así su atrevimiento que lucía intacto – abuela – dijo – si no podemos tener un único objetivo sino que damos a todo… ¿podemos también tener varios maridos? – no faltaron las patadas bajo la mesa, el intento de su madre por borrar la chufla cambiando el tema ni la mirada de ofendido reproche de su abuela… que acabó en risa porque, sencillamente, no podía ser de otro modo…
Estaban en medio, en mitad de todo, y ahí la risa es ineludible.
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