Decía Borges que 'la duda es uno de los nombres de la inteligencia', algo que daba cierta tranquilidad a sus momentos más inciertos, la serenidad justa para pensar y decidir asumiendo sus elecciones; mientras se preparaba un café, pensó que era ese un ejercicio constante a lo largo y ancho de su vida, un hábito ya, que había aceptado con total naturalidad porque no entendía la vida más que como un camino en el que se avanzaba duda a duda primero y decisión a decisión después.
Y de las decisiones venían los errores y los aciertos, las caídas y los nuevos primeros pasos una vez lograba ponerse otra vez en pie; y después las nuevas dudas que pedían nuevas decisiones y el temor... porque tras haber probado el dolor del suelo al caer en él, la siguiente decisión se teme. Era entonces cuando, más que a Borges, recordaba a Shakespeare y su aviso a navegantes... 'nuestras dudas son traidores que muchas veces nos hacen perder el bien que podríamos ganar si no temiéramos buscarlo'.
Decidió acompañar su café con un par de galletas de chocolate y disfrutar de la duda, saborearla dulcemente como hacía Wilde cuando decía que 'la duda es apasionante' aunque a ella le emocionaba más, por lo que tenía de alentador de ilusiones, el instante posterior a la duda, ese en el que visualizaba su decisión y se lanzaba a acometerla dejando duda y temor atrás, siempre dispuesta a asumir el acierto o el error y sabiendo que la acción era inevitable porque 'para disipar una duda, cualquiera que sea, se necesita una acción', lo había dejado dicho y escrito Thomas Carlyle.
Hacía mucho tiempo que había dejado de ponerse excusas, mucho desde que había asumido sus circunstancias sin cuestionárselas ni un instante porque eran inevitables, eran el campo de juego en el que la vida la había puesto y no podía cambiarlo sin más, lo que sí podía hacer es decidir cómo jugar el partido... sonrió al recordar aquella arenga, la había oído en una sesión de coaching vestida de curso de formación; le había gustado, le parecía un ejemplo gráfico y real, no hay excusas, no hay temores, sólo dudas y decisiones, partió de la duda, pasó al análisis, barajó decisiones... y decidió: por dentro estrenaría un Chantelle íntimo de primavera y por fuera un Chanel de cine, se plantaría unos Stuart Weitzman en los pies y un Akris en las manos; los labios serían rouge, los ojos siempre ahumados y la joya... la joya sería el tiempo de la Guerra de las Galaxias.
Una última revisión frente al espejo y estaba lista para seguir los designios del día y de sus elecciones, que eran hoy unas y mañana serían otras o cabe que fueran también las mismas; lo que serían siempre es fruto de su propio estilo, de su gusto, de sus decisiones... y allá la moda con sus tendencias; en realidad las tendencias eran un mero agente ocasional, porque la vida no es lo que ocurre sino lo que tú haces que ocurra y lo que tú hagas con lo que ocurre.