El sonido del silencio era a veces ensordecedor, lo sentía como un grito callado y sostenido que retumbaba en su cabeza y al que no había modo ni forma de acallar; iba, sonaba y venía a su antojo.
Sentía aquel grito sordo como una inquietante sensación, cortada por el mismo patrón que la angustia; podía envolverla en cualquier momento y lugar, incluso en la calle, como aquella mañana... Miraba a su alredor y, entre el mundo de ruidos de la ciudad, casi podía visualizar el grito que sentía por dentro moviéndose entre las calles y las gentes, acallando voces, borrando sueños e intenciones, convirtiendo la vida en un invierno perenne, apagado, vacío, ajeno a lo emocional y lo humano, era como la peste...
Su móvil permanecía también callado, no había epístola aquel domingo, no había nada salvo el grito del silencio que era, en realidad, un reflejo de su miedo.
Temía al silencio porque en él se fraguaba el olvido, poco importaba si era un silencio discreto o apático, si otorgaba o sólo callaba, de él partiría la quietud siguiente y en el morían las palabras que habían perdido su turno. Temía al silencio porque no dejaba huella ni eco tras de sí, ni tan siquiera quedaba el tiempo, tras él tan solo quedaba la nada.
Y es que no es la distancia el olvido... lo es la apatía, el desinterés y la desgana, ese es el verdadero olvido, el de uno mismo y la individualidad de su ser, de su talento y sus posibles, sus sueños y su esencia, es la pátina gris de lo mediocre que avanza sin descanso como avanzaba la nada en Fantasía, dejando tras de sí el silencio...
Tomó el móvil una vez más entre sus manos para descubrirlo nuevamente callado... -la distancia no es el olvido- repitió -lo es el silencio y la quietud- el olvido es bajar los brazos y rendir el alma, es esperar que todo se arregle con el simple girar del mundo, es dejarse vencer por el cansancio y los obstáculos, por los noes de los que no quieren y los temores de quienes no pueden, o incluso por la interesada inteligencia de los pícaros, de los que sólo viven para sí...
Aquella angustia... entendió, más y mejor de lo que nunca lo había hecho, las rendiciones que acumulaba aquel grito sordo y mudo porque aquella mañana también a ella le parecía imposible afrontarlo y enfrentarlo; sintió su débil humanidad entendiéndose un poco y entendiendo a los otros y recordó que la confrontación no era el camino, nunca lo había sido.
Gritar más que el grito es sólo hacer ruido, no hacer nada es dejarse hacer, acomodarse es rendirse, apagar los sueños morir... Y entonces, sin darse apenas cuenta, comenzó a reír a carcajadas... se sabía pasto de las miradas circundantes pero no le importaba porque no era ella la loca, lo eran ellos por rendir su vida a un grito sordo y mudo y ni siquiera lo sabían.
-Sueña, piensa, decide, haz... levánte si caes, llora si lo necesita tu alma, incluso grita para vaciarte de miedo y sigue soñando, pensando, decidiendo y haciendo, construye tu vida o acabarás viviendo la que te construyan otros a su imagen, semejanza e interés-.
Recordaba aquellas palabras, recordaba los labios de los que partieran, recordaba verlos y sentirlos... volvía ya a casa dando por terminado su paseo matinal, aquel que había empezado en el temor a un grito silencioso, y terminaba con el alma en pie y la decisión clara, sintiéndose un poco Scarlett jurando su empeño ante dios, salvo que ella lo juró ante sí misma que era una juez más severa.
-No acato tu silencio- escribió... y su teléfono tardó sólo unos segundos en vibrar y cantar -si estás viva no hay silencio, amor-...
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