The Sunday Tale

Cultura

La cultura echó a andar de vuelta a la librería y no se dio cuenta de que por el camino se le iban cayendo voces, versos y aforismos...

Vistió sus mejores galas, de dentro a fuera, sin descuidar detalle; la poesía de Dickinson le abrigaba el corazón y la de Whitman le alimentaba el alma, no había sombras ni tan siquiera más abajo, allí estaba Lorca cuando se la llevó al río pensando que era mozuela; era invierno, hacía frío, había que tirar de lana virgen, de Cervantes y Shakespeare para armarse frente a la nieve, la niebla y el viento y luego estaban las joyas y demás complementos; un aforismo de Wilde por aquí, una voz de Porcchia por allá... y estaba lista para pasearse por las calles y ser la reina del domingo, hasta el Prado y el Thyssen la mirarían con envidia y en la Cuesta de Moyano sería la más buscada...

Pero cuando la cultura llegó a las calles aquel domingo vestida de buenos libros y mejores poemas, de palabras redondas e historias completas, llena en esencia de verdad descubrió algo que hasta entonces no había llegado a imaginar... se lo había advertido Orwell, también Huxley, incluso Bradbury había tratado de hacérselo comprender pero le parecía a la cultura tan inmenso el legado que la humanidad había construido durante siglos letra a letra, verso a verso, acto a acto, capítulo a capítulo... que nunca había creído posible que unos pocos hombres lograran destruirla.

Pero aquel domingo cuando se paseaba tan elegante y tan bella, tan bien armada y tan magníficamente decorada al oír hablar de sí misma, de cultura. no entendía nada: había jóvenes que hablaban de bonos culturales mientras compraban con ellos videojuegos (¿por qué le llaman cultura? se preguntó dolorosamente); se alejó unos pasos y descubrió que un grupo de no tan jóvenes discutía de cultura... pero era la cultura de la violación (¿por qué le llaman cultura? se preguntó horrorizada) y siguió su camino; se escondió entre los puestos de la Cuesta de Moyano, se consoló viendo a unos niños revolver en los cómics de Tintín... ¡va! decía la mujer que acompañaba a los niños dejad eso ahí, si total lo leéis en un rato y ya no le volvéis a hacer caso... y la cultura deseó ser parte de alguno de los viajes del joven reportero, del viaje a la luna, por ejemplo.

Echó a andar de vuelta a la librería y no se dio cuenta de que por el camino se le iban cayendo voces, versos y aforismos que los pequeñuelos a los que les habían negado un Tintín recogían con curiosidad...

Los niños se lo iban pasando en grande, abriendo letras como si fuesen galletas de la suerte o sobres sorpresa y descubriendo mensajes secretos que sólo ellos podían ver ¿será un mensaje en clave? se preguntaba el más pequeño ¡recojámoslos todos! ordenó el mayor, ¡qué no se escape ninguno.

No soy tan joven como para saberlo todo, decía el primero de los mensajes ¡nosotros sí somos tan jóvenes! exclamó excitado el más pequeño de los niños pero tampoco lo sabemos todo, añadió desconcertado... no importa, dijo el mediano, sigamos recogiendo letras, tal vez luego todo tenga sentido; lleve cada uno su culpa y no habrá culpables, decía el siguiente, los tres niños callaron porque les costaba entender la culpa sin culpables; la mejor manera de librase de una tentación es caer en ella, leyó el mayor de los niños que, ante el desasosiego de la culpa, había cogido ya la siguiente letra, eso sí que lo entiendo, dijo el más pequeño sacando un chocolate del bolsillo de su chaqueta sin que lo viera su abuela... Sé que no tienes nada pero te pido todo para que tengas todo leyó el pequeño con la boca llena de chocolate dejando a sus hermanos pensativos, abstraídos, sin entender nada... Nada que valga la pena se puede enseñar decía la última letra ¡a tomar por saco el cole! exclamó el pequeño. Lo exclamó tan alto, tan a voz en grito, que incluso la cultura, que hasta entonces caminaba sin darse cuenta de que iba perdiendo sus complementos, lo escuchó...

Cuando llegaron a casa descubrieron una caja de letras bajo el árbol de Navidad ¿y eso? preguntó la abuela, los niños se miraron y respondieron al unísono, ¡es nuestro!, se miraron de nuevo sorprendidos porque ninguno de los tres había visto antes aquella caja de letras y en cambio los tres sabían que era suya.

¿Y Wilde? ¿Y Porcchia? Preguntó el librero mientras ayudaba a la cultura a quitarse su traje de gala para irse a dormir... los he dejado en buena compañía, respondió sin dar más explicaciones, el librero tampoco  las pidió, ocurría a veces, sabía que si la cultura volvía sin alguna letra era porque había merecido la pena dejarla en algún lugar.

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