The Sunday Tale

Cuento

Cuento hasta 10, hasta 100 y hasta mil, cuento sueños, cuento libros, cuento risas, besos, mimos, cariños y cuentos, descuento desprecios, sin contarlos, feísmos varios y descréditos de todos los colores y confirmo cada día aquello que siempre supe... no es el tiempo el que pone a cada cual en su lugar, es cada cual ... Cuento.

Cuento hasta 10, hasta 100 y hasta mil, cuento sueños, cuento libros, cuento risas, besos, mimos, cariños y cuentos, descuento desprecios, sin contarlos, feísmos varios y descréditos de todos los colores y confirmo cada día aquello que siempre supe... no es el tiempo el que pone a cada cual en su lugar, es cada cual quien llega allá hacia donde camina... con el tiempo.

Cerró su libreta guardando en ella aquel último comentario, algún día repasaría todas sus notas, sus reflexiones sueltas y medios pensamientos, las pequeñas ideas y las grandes lecciones que había ido recopilando a mano alzada y en bolígrafo azul en aquella libreta tamaño cuartilla de tapa dura y color marsala.

Se preparó un café con el ánimo de saborearlo coronado por una gran bola de helado de chocolate, ni tan siquiera pensaba contar cuántas calorías contenía su capricho porque lo amargo de una decepción exigía siempre un punto dulce y dos de chocolate y jamás había dejado insatisfecha una exigencia de ese porte en tales circunstancias. No estaba triste, tampoco dolida ni mucho menos herida, lo cierto es que cuando alguien respetado, cuando no querido, se desvelaba en su rostro más amargo y desleal, lo veía como desfigurado ante sus ojos, despojado de los lujosos ropajes de la amistad y el cariño y tan pequeño y tan gris como es siempre un ser humano en su peor versión.

Sentía pena, no por ella, sino por la triste imagen que se dibujaba ante sus ojos, por ver a alguien respetado convertido en uno más de esos seres humanos que no logran ver el mundo más que desde su ombligo, un tipo que diserta sobre la libertad pensando sólo en la suya y, a lo sumo, en la de quienes piensan como él, alguien que, en algún momento del transcurso de su vida, había olvidado que su libertad no sólo no valía más que la del otro sino que acababa allá donde la del otro comenzaba.

Mientras saboreaba su café helado pensó que tal vez fuese sólo un asunto de paciencia, que todo en la vida cuesta tiempo y cuesta esfuerzo, monedas éstas mucho más duras de pagar que las que ocupan espacio en la cartera, y en el transcurrir del tiempo del esfuerzo, tal vez, flaquearan las fuerzas e incluso las ilusiones, quizá el cansancio hiciera mella y, a la vuelta de la esquina, cabe que esperara el demonio vestido de azul con una libreta llena de razones que justificasen el desaliento.

Y una vez rendida el alma al desaliento y erguido el ego dispuesto a no admitir jamás haberse dado por vencido, ya sólo quedaba un refugio en el que nadie podría reprocharle a uno nada, el ombligo propio, un lugar desde el que mirar al mundo criticando su fealdad sin darse cuenta de cuántas pinceladas de gris marengo y mate eran obra de su propio pincel.

Volvió a su libreta para añadir una anotación más, un aviso a navegantes para los días rojos...

Hay que ser inasequible al desaliento, siempre. Sólo la cabeza, al calor de la razón, puede decidir un cambio de rumbo o destino e incluso una rendición y no será entonces necesario esconderse, sólo reconcerse humano y, como tal, capaz de cometer un error y también de enmendarlo. Y así nunca será necesario vivir en un lugar tan pequeño y feo como un ombligo, permaneciendo siempre en el camino de baldosas amarillas, el de la felicidad...

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