The Sunday Tale

Cierre

Érase una vez la historia de un cierre perimetral más y un poco de vida menos...

No estaba deprimida, no podía permitirse tal cosa, en realidad ni tan siquiera estaba triste, sólo apagada, mustia, fría, aséptica, dormida... en coma emocional; y detestaba aquella sensación más aún que la angustia o la pena, las sensaciones fuertes eran grandes olas que podía tratar de surfear e incluso cuando se la llevaban por delante sabía que, más pronto que tarde, la resaca la llevaría de vuelta a la superficie pero aquel transitar por la vida sin más emoción que la de despertar cada mañana para vivir un nuevo día de la marmota comenzaba a resultar realmente asfixiante y el empeño de los unos y los otros por defender lo que se había hecho, lo que no se había hecho, lo que se haría y lo que no se podría hacer era más anestesiante todavía y mejor que fuese así porque de lo contrario la rabia y la ira tomarían la ciudad y el ambiente sería, si cabe, más irrespirable.

Mientras trataba de encontrarle un gusto diferente a su café a base de omitir la estevia y soltarle un golpe de canela y dos de leche, recordó que todavía le quedaba alguna galleta de coco de las que había preparado días antes solo con coco rayado, almendra molida, huevos, una cucharada de azúcar de abedul y otra, mucho más pequeña, de canela (tenía que darle una vuelta a lo suyo con la canela y otras especias de un tiempo a esta parte...); mientras disfrutaba de su galleta y pensaba en la próxima receta que le ayudaría a entreterner algún rato muerto de una tarde cualquiera en la cocina, recordó que la noche anterior había dado buena cuenta de Jane Eyre, la novela a la que volvía siempre cuando necesitaba un lugar seguro y acogedor en el que perderse ¿de qué clásico echaría mano para que la Semana Santa fuese algo más que una semana de pasión y cierre perimetral?.

Recorrió la librería de arriba hacia abajo y a la inversa, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, siempre había considerado una gran idea que sus libros fueran con ella donde quiera que ella fuera pero, llegados a un tiempo de cierre y confinamiento, la idea se le antojaba magnífica; sus ojos se detuvieron sobre la antología de cuentos de Conrad y antes de que se diera cuenta su mano echaba mano del libro, si no podía ir al mar haría que el mar fuese a ella...

Se echó el alma y el bolso al hombro y se puso la excusa de comprar el pan para salir a la calle y repetir un paseo que podría recorrer a ojos ciegas; ya por la tarde de uno de los domingos de ramos más fríos de su vida se acomodó en el sofá con Conrad y sus aventuras marineras para navegar la vida con Marlow como capitán de su barco; apagó la televisión que había encendido por el hábito suyo de ver las noticias además de leerlas y mientras el periodista decía no-sé-qué de un concierto legal y varias fiestas ilegales y un político no-sé-qué otra cosa de citas médicas fuera de su región pensó que si un año después la única solución era, una vez más, el cierre perimetral... tan listos no seríamos.

Salir de la versión móvil