The Sunday Tale

Abismo

Érase una vez la historia de un día en el que no había más camino que el que discurría al borde del abismo.

Se miraron sin apenas verse, siendo el uno para el otro una pequeña mancha más allá del abismo que comenzaba un paso por delante de sus pies. Levantaban los brazos y gritaban pero su voz y su imagen se diluía camino del acantilado al que hablaban, en un intento infructuoso por cruzarlo; estaban solos y cada uno de ellos debía afrontar su propio camino.

No tardaron en darse cuenta de lo absurdo que resultaba quedarse allí plantados mirándose sin apenas verse, la tarde avanzaba y, para cuando llegara la noche, el frío, la oscuridad y el miedo los envolvería como si no fuesen más que un pequeño dulce entregado al bosque; debían ponerse en marcha, sin mirar hacia los restos del puente que se había hundido en el río ante sus ojos dejándolos a cada uno a un lado del abismo.

Miró a su alrededor buscando un camino que la sacara de allí, podía volver sobre sus pasos pero ese camino era largo y difícil además de doloroso e imposible, nada hay más triste que desandar los pasos propios para descubrir que nada es ya como fuera, y es que la vuelta atrás era siempre imposible porque el tiempo caminaba hacia delante, jamás hacia atrás; se alejó unos pasos del acantilado y descubrió un pequeño camino que lo bordeaba, si lo seguía tal vez pudiera llegar al lugar en el que él se encontraba... o tal vez no, cabe que el camino se perdiera después bosque adentro o incluso que murirea en el abismo.

Se acercó de nuevo al acantilado para imaginar el camino que pensaba recorrer, para darse cuenta de que debía apretar el paso si no quería que la noche la sorprendiera sin alcanzar su destino y mirando muy bien donde ponía los pies porque, de no hacerlo, podía acabar con su vida en el fondo del abismo. Comenzó a caminar sin apenas pensarlo, cualquier camino sería mejor que un intento absurdo de vuelta atrás imposible, incluso un camino al borde del abismo.

A veces la vida era así, pensaba mientras trataba de no despistar su atención de sus pasos, a veces no había un camino fácil... y recordó algo que había oido una y mil veces de niña: ningún camino fácil te llevará a un lugar al que merezca la pena ir.

Por momentos la maleza borraba el sendero por el que caminaba y tenía que adivinar por donde seguía, tenía siempre el abismo a su izquierda y, después de media hora de duro paseo, lo consideraba ya un amigo, un compañero, una nueva brújula, un señal...

Un pequeño claro en el bosque le dio un respiro, se aseguró de saber por donde continuaba el camino pero aprovechó para sentarse un rato al borde del abismo y respirar para recuperar el aliento antes de tomar la continuación de sus sendero.

Desde aquel lugar apenas podía distinguir el sitio en el que el puente se había derrumbado ante sus ojos y casi bajo sus pies pero eso la animó porque sabía que debía alejarse de aquel punto para acercarse de nuevo a él por su lado opuesto; miró hacia abajo y no sintió ni un ápice del vértigo que atenazaba su alma hasta hacía tan solo un rato; fue entonces cuando se dio cuenta de que era más fuerte de lo que se había permitido ser hasta aquel día.

Entendió entonces, como nunca antes, que el manto de la seguridad adormecía el alma y los sentidos, atemorizaba el corazón y anulaba cualquier atisbo de razón... y sintió la mirada de susto y reprobación de quienes hacían del riesgo su enemigo; pero no importaba, ya no, no era una gata, sólo tenía una vida y no iba a pasarla anestesiada bajo el manto de un falsa seguridad que no era, en realidad, más que un suelo de cristal que, cuando menos esperase, caería al fondo del abismo como el puente... pero esta vez, llevándola a ella con él.

Echó a correr por el sendero, libre y feliz, mirando por rabillo del ojo hacia el abismo para mantener las distancias con él y dispuesta a llegar donde quiera que alquel camino la llevara...

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