Acarició una a una todas las miniaturas de su exclusiva colección de perfumes, aromas delicados y envolventes, casi hipnóticos y siempre únicos que apenas nunca permitía salir de sus elegantes frascos; aquella colección era una oda gráfica a su admirada Coco y su convicción de que una mujer sin perfume era, y es, una mujer sin futuro. Sonrió al recordarlo porque, curiosamente, solía olvidar poner unas gotas de perfume en sus muñecas y en su cuello y quizá fuera por eso que...
Su mente divagaba entre las esencias de aquellas miniaturas y se preguntaba cuál era el aroma de su vida, cuál sería la evocación aromática que dejaría tras de sí cuando el presente fuera al fin pasado.
No sería a Imperial Majestity porque la miniatura de aquel perfume era tan solo una pequeña imitación carente de toda autenticidad, un mero capricho por la belleza de sus formas, un guiño a esa dosis justa de superficialidad siempre necesaria para sobrevivir pero nunca el aroma de su vida.
Las Lágrimas Secretas de Tebas era otro capricho incierto, le encantaba aquella pirámide por tanto como se decía acerca de las propiedades y evocaciones de aquella forma con base cuadrada y forma triangular pero no, tampoco serían las lágrimas su perfume, eran sólo un mal necesario y a veces ni tan siquiera eso.
El número uno fue sólo una broma, un -¿quieres el número 5?- Chanel, una vez más... -yo te doy el número uno-; Faubourg era demasiado exclusivo para ser el aroma de su vida, Caron Poivre excesivamente especiado para gusto dulzón y allí estaba Joy... sólo el nombre del perfume evocaba sonrisa y buena vida, diversión en el más intenso de sus sentidos, y era demás un aroma floral, rosas y jazmín, pura primavera y pura vida; sin saber bien cómo acababa de decidir que el aroma de su vida sería Joy, así tuviera que darle la vuelta a su alma como a un calcetín para conseguir hacer cierta aquella convicción.
Claro que ella sabía que la vida era mucho más que el halo de un perfume y que Coco se había quedado corta en sentidos al cifrar el éxito de una mujer en las narices ajenas, la vida era también una cuestión del gusto que te deja en la boca -sabores castizos, mediterráneos o alternativos, exclusivos, excelentes, divinos e incluso impertinentes- de cómo y a qué suene -clásica, rockera, flamenca o soul o...- era también lo que ves, más si lo que ves es arte y era y es lo que tocas... miró sus manos y entendió entonces por qué era tan importante tocar sueños.
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