Hubo un tiempo en que escribir sólo se le permitía a las monjas y las nobles. Sólo desde el poder o la virtud era admisible un acto tan impropio (una “anomalía”) de la condición femenina. Así fue prácticamente hasta el siglo XIX. Con el Romanticismo, algunas mujeres se negaron a seguir escribiendo en silencio. Pero aunque desenterraron la pluma, muchas continuaron manteniendo sepultados sus nombres. Publicar con seudónimo masculino fue una tendencia que Virginia Woolf boicoteó.
A partir del siglo XX, las voces y las letras femeninas se levantaron contra el silencio y el anonimato. Un viaje arduo, pero imparable, complejo, sí, y con muchas lagunas. Tantas que, pese al número creciente de escritoras brillantes y reconocidas públicamente, muchos libros de texto, estudios, memorias, manuales y antologías literarias, aún las ignoran. Proyectos como Las Sinsombrero —decidido a rescatar la memoria de las literatas y artistas españolas del siglo XX— y otras iniciativas similares han recuperado el nombre y la obra de muchísimas de ellas tan injustamente desdeñadas.
Fruto de la colaboración de la Asociación Clásicas y Modernas y la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias con la Biblioteca Nacional nace en 2016 el Día de las Escritoras. ¿El objetivo? Reivindicar el legado literario femenino a través de la lectura de fragmentos de las obras de diferentes de la lectura de fragmentos de las obras de diferentes autoras españolas e hispanoamericanas. Desde entonces, en cada edición se designa una comisaria, que elige el tema y lema correspondiente de un evento al que se suman otras instituciones como el Instituto Cervantes, el Centro Dramático Nacional o la Red de Bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid. También en Latinoamérica, México, Chile, Argentina, Perú y Panamá celebran este día tan significativo.
En el Día de las Escritoras 2018, ha sido Joana Bonet quien, bajo el título Rebeldes y transgresoras, ha querido rendir homenaje a todas esas escritoras que se revolvieron contra el “sometimiento intelectual”, remaron contracorriente y cuestionaron todas las imposiciones que pretendían cercenar su libertad individual y su desarrollo personal.
Entre las veintiuna escritoras españolas e hispanoamericanas cuyos textos se leyeron en el acto celebrado en la Sala Patronato de la Biblioteca Nacional, hoy quisiera destacar a tres. Ana María Matute y Carmen Martín Gaite porque son mis referentes, ambas maestras del lenguaje que desafiaron a la sociedad, a la educación represiva de su juventud. Y lo hicieron con una elegancia e inteligencia excepcionales. Carmen de Burgos porque de entre todo el maremágnum de nombres femeninos brillantes y desconocidos, fue objeto de un soterramiento devastador. Desde que murió en 1932 no se ha vuelto a saber de ella hasta hace un par de años. Y eso que fue una pionera del periodismo y las letras, un icono de la defensa de la igualdad. O precisamente por ello.
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