Louise Glück. Crédito de la foto: Gasper-Tringale
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Tenemos que hablar de Louise Glück

El pasado 8 de octubre, la Academia sueca otorgó a la estadounidense Louise Glück el Premio Nobel de Literatura 2020.

El pasado 8 de octubre recibió la noticia: había sido galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2020. Pasaban unos minutos de una la tarde cuando la Academia sueca comunicó que “su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual” le hacía más que merecedora de un premio para el cual no sonaba su nombre este año. En Cambridge (Massachusetts), donde reside Louise Glück, apenas había amanecido.

Mi primer pensamiento fue ‘me voy a quedar sin amigos’ porque la mayoría de mis amigos son escritores. Pero luego pensé ‘no, eso no sucederá’. Es demasiado nuevo, ¿sabe…? No sé realmente qué significa. Y no sé…, quiero decir que es un gran honor, comentaba la escritora al representante de la academia que le preguntaba sobre el significado del premio.

Louise Glück nació en Nueva York el 22 de abril de 1943, se graduó en 1961 en la Hewlett High School, asistió al Sarah Lawrence College y después a la Universidad de Columbia. Actualmente es profesora adjunta del Departamento de Inglés en la Universidad de Yale. Su escritura, austera y compleja, se ha definido por la crítica como una vivencia autobiográfica que transita en torno a la pérdida, la ausencia y el vacío; la infancia y la familia; el paso del tiempo, la experiencia de envejecer, la certidumbre de la muerte.

Comenzó a escribir muy joven: por convicción, por imperativo emocional, por la necesidad de traducir en palabras el torrente intimista desatado en su cabeza. Y en su corazón. Pero eso suena muy cursi. Mientras iba colmando de versos las páginas en blanco de su corta vida, hallaba en ellos la razón del “estar”, la manera de ubicarse, de armonizar sus propias contradicciones. Hasta 1968 no se publicó su primer poemario, First born (Primogénita). La niñez, la vida familiar, el amor y la maternidad ya se perfilaban como protagonistas de sus versos, que pronto fueron aclamados por la crítica literaria estadounidense.

Desde entonces, nunca se ha bajado del lenguaje directo, sobrio y potente, ni ha dejado de cultivar el jardín donde florecen todas sus metáforas. Y es que, en efecto, los jardines y las flores forman parte de ese lenguaje alegórico y delicado que —paradójicamente— adorna su poesía. Los jardines de Glück contienen todas las semillas de su obra, todas sus desdichas y satisfacciones, sus miedos y deseos.

La escritora neoyorquina ha publicado hasta hoy doce poemarios y la colección de ensayos sobre poesía, Proofs and Theories: Essays on Poetry. Con El iris salvaje ganó el Pulitzer en 1992 y el Premio Nacional de la Crítica por El triunfo de Aquiles. En Averno (1990) se salta su tradicional imaginario para acercarse a los mitos griegos de forma muy personal. Aparentemente, pues son éstos, Perséfone en concreto, los que le permiten profundizar una vez más en sus inquietudes y experiencias vitales. También atesora galardones tan prestigiosos como el Academy of American Poet's Prize o la Medalla al Mérito MIT.

Nadie esperaba que fuese Glück la nueva nobel de literatura, llevándose por delante a los favoritos de las clásicas quinielas previas: Maryse Condé, Liudmila Ulítskaya y Javier Marías, entre ellos. Es más, hace casi un cuarto de siglo —desde que en 1996 ganase el premio la polaca Wislawa Szymborska— que la poesía no figuraba entre las apuestas de los jueces suecos, quienes han reconocido en su voz las de “Dido, Perséfone y Eurídice —los abandonados, los castigados, los traicionados— […] máscaras de un yo en transformación, tan personal como universalmente válido", subraya el académico sueco Anders Olsson.

La editorial Pre-Textos ha publicado en España siete —de los doce— libros de poemas de la autora, traducidos por Eduardo Chirinos Arrieta, Mirta Rosenberg, Abraham Gragera López, Ruth Miguel Franco, Andrés Catalán, Adalber Salas Hernández y Mariano Peyrou.