Todo el mundo ha oído hablar de Chernóbil. Más aún en estas últimas semanas, cuando la miniserie de HBO recuperó el accidente nuclear del 26 de abril de 1986, una de las catástrofes ecológicas y humanas más terribles del siglo pasado. El canal estadounidense no sólo reactivó la memoria respecto a este sórdido episodio de la historia soviética. También reavivó la polémica desatada en torno a la planta nuclear ucraniana, la explosión del reactor, las culpas, las responsabilidades, los balones fuera, el desastre de la gestión, la ausencia de transparencia… Y el silencio.
Todo esto ya lo había contado en 1997, Svetlana Alexiévich en su libro Voces de Chernóbil. La Premio Nobel de Literatura (2015), con su peculiar estilo periodístico, construye un relato de relatos basado en el testimonio de quienes sobrevivieron —muy malamente, por cierto— a la devastación nuclear.
La estructura polifónica del texto, tan característica de sus publicaciones, reproduce con intensidad todos los acontecimientos que siguieron a la explosión del reactor número 4 de la central de Chernóbil. A través del testimonio arma una crónica contundente que describe al dedillo la incompetencia, el heroísmo y el dolor del momento. Pero también las consecuencias posteriores, los efectos que más de tres décadas después aún marcan el destino de los supervivientes, de sus descendientes, de los evacuados, de los que continuaron instalados en la zona prohibida.
Soldados, bomberos, voluntarios y no tanto, científicos, ingenieros, pilotos, aldeanos, burócratas, víctimas y verdugos buscados en todos los puntos del territorio aportan su versión sobre los hechos. Alexiévich, a través de ellos, intenta mostrar lo que de verdad ocurrió.
La narración no guarda un orden cronológico con respecto a los hechos. La autora bielorrusa prefiere respetar el tono, el lenguaje, la profundidad de los recuerdos de los testigos, las emociones, la brutalidad visual de la central nuclear ardiendo, el espectáculo de las llamas arañando el cielo violeta de aquella trágica primavera ucraniana. Recoge también lo humano de cada testigo, aunque sus declaraciones se aparten del tema principal. Svetlana Alexiévich mezcla fechas, testimonios y momentos sin restar coherencia ni veracidad a lo acontecido.
Alexiévich da voz a los fantasmas de un territorio arrasado, a las personas que nunca fueron escuchadas, a las que hoy (1 de cada 5) viven en un espacio contaminado donde la mortalidad supera en un 20% a la natalidad. Cuarenta monólogos casi literales cubren la memoria de la catástrofe, del mundo después de ella, de la gente después de Chernóbil, del fracaso de la Unión Soviética. Incluso de lo que nos siguen ocultando.
“El cuarto reactor, la instalación denominada ‘Refugio’, sigue, como antes, guardando en sus entradas de plomo y hormigón armado cerca de 20 toneladas de combustible nuclear. Nadie sabe qué ocurre hoy con este combustible”. Revista Ogoniok, nº 17, abril de 1996.