Vamos a ser sinceros. Y coherentes. Si la lectura no es precisamente una de las actividades más populares en España, el lector de poesía es una rara avis. Si además se trata de poesía contemporánea y centroeuropea, el asunto se convierte en ciencia ficción lírica. Sin embargo, desde el pasado 8 de junio el nombre de Adam Zagajewski retumba en todas las conversaciones literarias (y no tan literarias). Y es que, el poeta polaco galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017 ha despertado la curiosidad de muchos.
No sólo por su apellido impronunciable y las voces que llevan más de una década proclamándolo como posible Nobel. También porque esos bichos raros que han tenido el placer de leer su escasa obra traducida al castellano —apenas diez libros publicados por Acantilado y Pre-textos— la describen como una delicada compilación de belleza, ritmo, elegancia, sensibilidad e inspiración estética. Todo ello tiene mucho que ver con su experiencia vital. Con las pérdidas y el dolor, los sueños, el tiempo, el silencio y la felicidad.
La bellísima ciudad polaca en la que nació (Lwów, hoy parte de Ucrania) se desvaneció entre los brazos de la URSS y el comunismo. Así que su familia hizo las maletas y se asentaron todos en Gliwice. Allí transcurrió su infancia, entre las calles plomizas de ese lugar anodino de la Alta Silesia, incorporado a Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial. Siempre cuentan que se trasladó a París por motivos políticos. No es del todo cierto. Tenía casi 40 años cuando corrió a hasta la capital francesa tras los pasos de una mujer. Un exilio autoimpuesto que cambió de manera radical su vida y su poesía.
La poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas, e incluso más allá de la rebelión –aun la más justificada– contra la tiranía.
Combatía la ideología a través de la poesía; ahora lo hace mediante el ensayo.
Los primeros poemas de Adam Zagajewski encajan perfectamente con el carácter contestatario propio de la Generación del 68 (la Nueva Ola) a la que pertenece. Empleaba entonces la escritura como forma de insubordinación y compromiso social. Fue después cuando, al redescubrir la historia, se encaró con el ensayo. Un instrumento mucho más adecuado y contundente para proseguir con su postura crítica. Eso sí, si tuviera que elegir, se quedaría con la lírica.
En Adam Zagajewski, la poesía surge de la meditación y la incorrección espiritual. El poeta es un místico imperfecto, declaraba hace pocos días en la publicación digital El Cuaderno. Su voz brota de la reflexión, de su interior más profundo. De una percepción casi cercana al éxtasis, fruto de efímeros destellos de felicidad. La poesía, dice en unos de sus poemas, es la búsqueda del resplandor. Y de la música. Su tono literario siempre ha estado vinculado al jazz, a las composiciones sinfónicas, a Chopin, a Mahler, a Bach. Y a ellos suenan las letras del —según el jurado de los Princesas de Asturias— heredero de Rilke, Miłosz y Antonio Machado.
Adam Zagajewski (Lwów, 21 de junio de 1945) es poeta, ensayista y, en menor medida, novelista (no es lo suyo, reconoce). Graduado en Filosofía y Psicología por la Universidad Jagiellonica, en Cracovia, y uno de los más afamados poetas contemporáneos polacos, es autor de una extensa obra enfocada a la defensa de la libertad, la búsqueda de la belleza, y claramente dotada de una infinita sensibilidad estética y humana.
Entre su producción literaria traducida a nuestro idioma destacan los poemarios Ir a Lwów, Lienzo, Tierra del fuego, Deseo, Anhelo, Regreso, Antenas; y los ensayos Dos ciudades, Solidaridad y soledad y Releer a Rilke —todos ellos publicados por Acantilado—, además de En la belleza ajena, editado por Pre-Textos en 2003.
Galería de imágenes
-
1
-
2
-
3
-
4
-
5
-
6