Justo anteayer y en medio de la polémica que ha perseguido al estado judío desde el mismo instante en que vio la luz, Israel cumplía siete décadas. Cuando Amos Oz nació, aquel pequeño territorio no era más que un enclave de judíos refugiados, aterrorizados por el nazismo. Tenía sólo nueve años cuando, en 1948 se proclamó el Estado de Israel. Aquel año, el 14 de mayo cayó en viernes. Pocas horas después, los ejércitos de Siria, Jordania, Egipto, Líbano e Irak y un cuerpo de yemeníes y sauditas se lanzaron contra el nuevo estado.
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2007) ha vivido en primera persona y desde que puede recordar una lucha encarnizada que lleva siete décadas cuestionando a la humanidad entera. Pocos como él han descrito la esencia de esta espiral de violencia constante, desaciertos memorables y guerras superpuestas: una, la palestina para librarse de la ocupación; otra, la de los fundamentalistas fanáticos para destruir Israel y expulsar a los judíos.
Según el pensamiento de Amos Oz (Jerusalén, 1939), el eterno conflicto palestino-israelí es fruto de los diversos fanatismos que jamás quisieron aceptar la solución de los dos Estados propuesta por la ONU en 1947. Una guerra que se libra entre los extremistas convencidos de que el fin —su fin— justifica cualquier medio y el resto, que considera la vida como un fin por sí misma. En su ensayo Cómo curar a un fanático (Siruela, 2015), el autor israelí comenzaba ya a desgranar su personal concepto del radicalismo a partir de una serie de conferencias que él mismo pronunció en la Universidad de Tubinga, Alemania, en el año 2002.
Siempre comprometido con el proceso de paz en Oriente Próximo, acaba de presentar su última obra, Queridos fanáticos. Un legado de su experiencia vital, dice el autor, que dedica a sus nietos y que profundiza sobre la intolerancia, la obstinación y el pensamiento plano cuya semilla se cultiva en los campos del radicalismo y se riega con el desprecio al prójimo. Para cada vez más personas, explica el autor, el sentimiento colectivo más fuerte es un sentimiento de profundo desprecio. Uno de los componentes de todo fanatismo.
Partiendo de esa idea de desprecio general, Oz escarba de nuevo en el pozo de los fanatismos. ¿Está su germen en cada uno de nosotros? ¿Por qué intentan convencernos de que la situación es irresoluble? ¿Qué es tener “derecho a la tierra” y por qué hay que ejercerlo? ¿Cuál es el núcleo central del judaísmo desde su origen hasta nuestros días? ¿Y acaso resulta incompatible con la democracia y el humanismo? Tal vez por ello Amos Oz insiste una y otra vez en la paz. En buscar una solución al conflicto árabe-israelí basada en el pacifismo —Shalom Ajshav, movimiento del que fue fundador—, pues las soluciones armadas no sólo han derramado demasiada sangre, sino que han demostrado ser de una inutilidad escandalosa.
También se vislumbra en la prosa de Oz esa tendencia suya a ponerse en la piel del otro, de intentar pensar como el otro…, uno de los mejores antídotos con el veneno del fanático, además de la literatura y el sentido del humor: “no he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor. Ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en un fanático, a menos que lo hubiera perdido. En Queridos fanáticos, el autor incide en todas estas cuestiones, exponiendo su personal (y esclarecedora) mirada tanto sobre las situaciones más controvertidas como sobre los temas más candentes del conflicto en la actualidad, incluso propone salidas pacíficas al mismo. La única forma posible.
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Queridos fanáticos. Amos Oz. Traducido por Raquel García Lozano. Siruela. ISBN: 978-84-17308-04-9.