Se puede leer como un ensayo o un tratado sobre la disidencia contracultural en el Berlín secuestrado por la RDA. Pero también como una novela de espías tras el muro, en plena guerra fría. Cada lector le sacará la miga que más le sacuda. Lo cierto es que la exhaustiva investigación que ha dado lugar a Planes para conquistar Berlín impresiona. La responsabilidad de hurgar en los archivos de la Stasi, de reconstruir la clandestinidad cultural juvenil que bullía por las calles de la capital alemana y reunir el relato de las más de cuarenta personas que componen esta obra coral corresponde a David Granda. Y es fascinante. Y adictiva la lectura.
Eran los años 80. El muro de la infamia aún no había caído, pero se resquebrajaba. Por sus grietas se colaban cada vez más influencias del otro lado. Entre ellas, el punk londinense de los Sex Pistols y de The Clash. Con algo de retraso, sí, aunque a tiempo para ponerle música a la disidencia en la RDA. Las revueltas de los punk en Berlín oriental se iniciaron en 1979. Y la Samariterkirche del distrito de Friedrichshain (iglesia samaritana) tuvo mucho que ver con su difusión.
Aunque pueda parecer extraño, la Iglesia Luterana fue una pieza clave en el engranaje de la resistencia punk. Como institución descentralizada, gracias a una especie de trato firmado con el régimen comunista, algunos de sus dirigentes se solidarizaron con los grupos rebeldes. Ecologistas, hippies, pacifistas o defensores de los derechos civiles eran bien acogidos entre sus muros. También los punkis, que organizaban conciertos clandestinos bajo el paraguas de las Bluesmessen.
Las ondas underground no hacían ninguna gracia a Volkspolizei (la policía popular) que pronto organizó redadas antipunk y detenciones a los miembros de las bandas acusados de comportamiento antisocial. Todo ello con la inestimable colaboración de una sofisticada red de delatores infiltrados en el movimiento: los MI. Estos soplones pasaban a la Stasi información sobre conciertos, nombres de sospechosos, domicilios, locales clandestinos a cambio de beneficios materiales y golosinas musicales como la posibilidad de grabar discos oficialmente.
De todo ello y de figuras destacadas de la disidencia y la contracultura punk (Rainer Eppelmann, Robert Havemann) habla David Granda en Planes para conquistar Berlín. Y de la guerra total desatada el 17 de octubre de 1987 en la Zionskirche. Allí tocaba la banda punk Die Firma —tras la caída del muro se supo que la bajista Tatjana Besson fue espía de la Stasi y el vocal Frank "Trötsch" cantaba a la poli también más de lo debido—. Al final de la actuación irrumpieron en la iglesia los skinheads y se lio parda. Muy parda. Mientras punkis y skins se majaban con cadenas de bicis y se cosían a navajazos en plena calle, la delicada Volkspolizei se ponía de perfil.