Óscar Germán Vázquez Asenjo publicó en diciembre de 2015 Dragones de la mente, la primera novela de la trilogía Estirpe de Los Egroj, que continuó con El vigía de los tiempos y concluye con Monjes. El autor da continuidad a esta fantástica historia desarrollando una convicción personal: en los últimos tiempos existe una tendencia de pensamiento que lleva a creer que estamos a las puertas de una nueva edad para el ser humano. Un tiempo en el que, gracias a los conocimientos y los avances tecnológicos, el hombre se considera capaz de superar epidemias, hambrunas y guerras hasta quedar prácticamente al borde de la inmortalidad. Incluso hasta creerse parte del mundo divino sin dejar de ser preso de las contradicciones humanas.
Monjes (Círculo Rojo) completa esta desconcertante trilogía que, aunque se puede leer de manera independiente, logra que todo encaje. Las historias se cruzan, se vuelven paralelas en el marco de los acontecimientos más trascendentales del siglo pasado: “participamos de una carrera frenética hacia el fin. Nos movemos alrededor de un vórtice cuya velocidad impulsa nuestros actos e impide la reflexión. El hombre ha olvidado que es hombre y parece vivir en una realidad paralela”.
En ella, escrita con su habitual depurado estilo descriptivo, resuelve también los interrogantes planteados en los volúmenes anteriores. No como una simple reflexión intelectual, si no como una reacción vital ante su personal estado de salud que reafirma su profunda fe en la fortaleza del ser humano, abordando la inmortalidad con la misma sencillez con la que encara la vida y la muerte. Invita a la reflexión, al análisis de las decisiones individuales y sus consecuencias. Todo ello en un universo semifantástico donde la realidad convive con la ficción, el pasado con el futuro.
Vázquez Asenjo, además de registrador de la propiedad, es escritor. Su vocación de plasmar historias en un papel no es fruto de un capricho pasajero. Al contrario, nace de una necesidad personal, la de transmitir sus propias reflexiones sobre el devenir de la sociedad y el hombre moderno. Su escritura es pausada y reflexiva, al tiempo que sencilla. Aunque maneja un lenguaje rico y sensible, su manera de narrar es activa —no fulgurante—, sus personajes cautivan desde los primeros párrafos. Su estilo maneja elementos heterogéneos, algunos propios de la ciencia ficción, otros de la novela histórica, a veces del género fantástico.
Pero también es pintor. Es precisamente uno de sus cuadros —La obra del monje orando en el hielo— el que ilustra la portada del libro. Con esta combinación de disciplinas artísticas, el autor otorga mayor fuerza al mensaje, a la intención final de la trilogía.