Cuando J.D. Salinger conoce a Oona O’Neill, ella sólo tiene 15 años. Sentada a una mesa del Stork junto a sus amigas Gloria Vanderblit y Carol Marcus y un joven rubio de apellido Capote que ya iba hasta las muelas de vodka, la hija de Eugene O’Neill era el blanco de todas las miradas que abarrotaban el club de moda del Manhattan de 1940. Por aquel entonces Jerry, desgarbado y más parecido a Holden Caulfield que a un escritor de mundo, aún ignoraba que se iba a enamorar perdidamente de la primera “it-girl” de la historia.
En mayo de 2007, Frédéric Beigbeder organiza una expedición periodística a New Hampshire. Pretendía entrevistar al viejo Salinger, alterando la paz de un encierro voluntario que duraba entonces más de tres décadas. Pero no fue capaz siquiera de llamar a la puerta del búnker del escritor misántropo. Cuenta Beigbeder que su desistimiento tuvo más que ver con la cortesía que con el temor a ser rechazado. Quién sabe si quizá en tal renuncia influyó el hecho de que para el autor francés, Salinger encarna la aversión a envejecer que él mismo padece. Frédéric huye ante el asombro de sus compañeros. Al rato se detiene a tomar aliento. De la pared de esa cafetería de Hanover cuelaga una imagen en blanco y negro de una joven deslumbrante. Es entonces cuando Oona irrumpe en el juego y desencadena una historia que atrapa desde el primer párrafo.
Jamás sabremos qué hubiera ocurrido si Beigbeder hubiera importunado el destierro de Salinger. Lo que sí sabemos es que su deserción y la imagen de Oona O'Neill se convirtieron en literatura. Y en eso los lectores salimos ganando. Porque Oona y Salinger (Anagrama), además de encantadora, es una novela fascinante que penetra en el misterio de una relación truncada. A caballo entre la realidad y la ficción, el escritor francés se adentra en los entresijos de un relato interrumpido por la guerra y la pasión de Oona O’Neill por Charles Chaplin.
Después de aquel encuentro fortuito en el Stork Club, el muchacho desgarbado y la bellísima heredera comienzan a salir juntos. A él le pierde su sonrisa, su carácter desinhibido, su fuerte personalidad. A ella… Pero entonces él se va a la guerra. Ella conoce a Chaplin y con tan solo 18 años se casa con el genio del cine. Salinger le escribe una carta despechado. Oona le dijo que era muy joven para casarse... y a los dos años lo hizo con Chaplin. Después muchas más. Ninguna de ellas sale jamás la luz. La familia Chaplin las custodia a buen recaudo. Esa es la parte que Frédéric Beigbeder inventa. La única parte de la historia que el autor convierte en ficción. En “faction”, como él mismo califica su montaje. Un libro de pura faction donde todo (personajes, lugares, hechos) es rigurosamente exacto (y verificable), salvo los diálogos, las cartas, el encuentro con Hemingway en el Ritz de París… Lo único que, como novelista, Beigbeder se permite imaginar.
Y mientras el libro nos pasea por Nueva York, nos lleva a las fiestas más chic de Manhattan, nos describe la invasión europea de Hitler y los desastres de la Segunda Guerra Mundial, Beigbeder también nos habla de sí mismo. De sus inquietudes y obsesiones. Y sobre todo, del amor incondicional de Salinger por Oona.
+
Oona y Salinger. Frédéric Beigbeder. Anagrama 2016. ISBN: 978-84-339-3683-7