Emilia Pardo Bazán, además de una mujer brillante, culta y extremadamente inteligente, era tan elegante y audaz a la hora de vestir como en sus formas de conducirse por la vida. Lucía con grabo no sólo los diseños de la alta costura de la época, también se atrevía con extravagantes sombreros y tocados de plumas o penachos bastante llamativos. Por ello estaba al tanto de todo lo que se cocía en cuestión de tendencias, telas, cortes y diseños parisinos.
De todo ello dio buena cuenta en las conversaciones privadas y la correspondencia mantenida con amigas —entre ellas Carmen Miranda de Pedrosa—, incluso con José Lázaro Galdiano, tan pinturero, culto y puesto en asuntos de moda como la escritora. Aunque en según qué contextos pueda parecer banal, frívolo, incluso algo insípido, “la moda no es algo arbitrario—escribía doña Emilia—. Por eso merece considerarse como una importante manifestación social y artística”.
Al margen de la imagen, el buen gusto personal y de lo que supusiera para ella como entretenimiento, la estética y la vestimenta en general constituyó una de las grandes herramientas de la autora gallega para definir el carácter y la condición social y cultural de sus personajes. El interés por la moda es utilizado por la condesa como un recurso narrativo para caracterizar la psicología de sus personajes femeninos, muchos de los cuales (Rosa Neira, Pilar Gonzalvo, Lina Mascareñas…) no serían tan complejos ni interesantes si Pardo Bazán no nos hablase de sus vestidos o de su obsesión por los trapos. Esto no lo digo yo, sino Blanca Rodríguez Garabatos.
Ella, doctora en Estudios Literarios por la Universidad de La Coruña con una tesis titulada Moda de la Belle Époque e indumentaria en la obra de Emilia Pardo Bazán, ha analizado de manera exhaustiva la influencia de la moda y las tendencias estilísticas del XIX en la obra de la escritora gallega. El ensayo Emilia Pardo Bazán y la moda, recientemente publicado por Hércules de Ediciones — con prólogo del catedrático de Literatura y director de la tesis doctoral de la autora José María Paz Gago— es otra bella contribución de la editorial a la conmemoración del centenario del fallecimiento de doña Emilia.
Rodríguez Garabatos centra esta obra en la moda de Belle Époque y cómo Pardo Bazán la asociaba a cuestiones como la emancipación de la mujer, la higiene y el deporte femenino y los vínculos que establece entre la moda y el arte en gran parte de su literatura. Buen ejemplo de ello son las descripciones del vestuario de Catalina de Alejandría en la novela Dulce dueño. También en su trabajo como periodista, doña Emilia documentó las dos exposiciones universales de París (1899 y 1900) en reportajes donde prestó especial atención a la indumentaria de las damas relevantes, los diseños de los grandes creadores del momento —Félix Poussineau, Charles Worth o Paul Poiret— y los códigos de vestimentas.
El ensayo pone también de manifiesto la gran erudición de la condesa en materia de tendencias y la importancia de la elegancia (o su carencia) como manifestación social y estética, mucho más trascendente que una mera conversación sobre trapos. De hecho, Blanca Rodríguez Garabatos asegura que la Pardo Bazán no sólo vivía la moda, la pensaba. Tanto es así que de entre todas las páginas de sus cuentos, novelas y textos periodísticos podría fácilmente extraerse un amplio tratado sobre el diseño, las convenciones estilísticas, los cánones rompedores importados de la moda anglosajona o los complementos de toda índole: abanicos, sombreros, sombrillas, guantes…