Luis Roso (Moraleja, Cáceres, 1988) inició su carrera literaria con una serie negra dedicada al inspector Trevejo. Aguacero (2016) y Primavera cruel (2018) son las dos primeras entregas cuyas tramas se suceden en la España de los 50. En Durante la nevada (recientemente publicada por Alrevés), su tercera novela, el joven escritor cambia las investigaciones del Ernesto Trevejo y los escenarios anteriores para adentrarse en la investigación periodística y “tomar el pulso a una sociedad, la de finales de los años 70”.
La Laguna Negra (bajo las fuentes del Duero) que Machado inmortalizó en La tierra de Alvargonzález sirve a Luis Roso de introducción al ambiente asfixiante y violento que nos aguarda en el interior del libro. Y es que alrededor de la trama criminal, el autor retrata los diversos contextos sociales en los que se desarrolla la novela. Y lo hace con pulcritud, con la minuciosidad propia de una elaborada labor de investigación previa sobre esa etapa convulsa de la Transición española. No hay recoveco que se le escape: desde las costumbres extremas, la pobreza y abandono social de los habitantes del pueblo hasta los acontecimientos históricos del momento (la ratificación de la Constitución, la ETA, el caciquismo local), los eventos culturales o los cambios que azotan a una sociedad en plena evolución.
Miguel Ángel —protagonista de la intriga— es un periodista español afincado en Francia que regresa a Madrid meses antes de la muerte de Franco. Un par de años más tarde debe salir de la capital de manera repentina. En Burgos halla una nueva vida y un nuevo trabajo en un pequeño diario de la ciudad. Es 1978. Faltan pocos días para la Navidad. El director del periódico encarga a Miguel un reportaje, aparentemente anodino, sobre un asesinato acaecido una década antes, aún sin resolver. Le ayuda una joven periodista novata. Ambos se trasladan al lugar crimen: un pequeño pago montañés donde el tiempo parece haberse detenido.
La investigación periodística que inician Miguel y Esmeralda no parece hacerles ninguna gracia a los lugareños de Zarza de Loberos, muy poco predispuestos a colaborar. Se trata de gentes tan agrestes como la tierra helada de las montañas, tan huraños y primarios como el propio pueblo. La víctima del asesinato, Rebeca Sanromán, tenía 19 años cuando su cuerpo apareció en fondo de una laguna allá por 1968. Pese a lo recóndito del lugar del crimen, el caso tuvo tremenda repercusión mediática, hecho que suele entrañar consecuencias negativas en las pesquisas policiales. Más en el contexto social en que se desarrolla la historia.
Los periodistas, además de reabrir heridas muy malamente cicatrizadas, hurgan en ciertas intimidades demasiado incómodas como para sacar a luz de manera espontánea. Todo ello genera tensiones que ponen en peligro incluso la vida de los investigadores. Por si fuera poca la incertidumbre, la figura de la víctima arroja aún más fango sobre la resolución del caso. Sin embargo, su vida y personalidad son la clave del misterio y el meollo del desenlace.