Ella tiene una madre judía, un padre alemán y ningún interés por la cultura, el trabajo y el mundo en general. Es bella, bellísima, y a los 17 plenamente consciente del poder de su belleza en el universo masculino posterior a la Segunda Guerra Mundial. Comenzó a intuirlo años antes, cuando todavía era una adolescente. Entonces vivía con su madre, ambas refugiadas, en el entorno rural de una Bulgaria sometida al régimen soviético. “Bujovo era una aldea que contaba con unas cuarenta chozas de barro; con una taberna donde se bebía slibowitz y en la que durante las epidemias de tifus se ponían inyecciones”. Y donde las mujeres se casaban con el único fin de satisfacer al marido, tener muchos hijos y trabajar como bestias de carga.
A su regreso a Sofía, militarizada y ocupada por las tropas rusas, Eveline Clausen chapotea en una crisis de identidad que le acompañará de por vida. Perseguida primero por la religión de su madre, por la nacionalidad de su padre después, tiene muy claras tres cosas: le asfixian las penurias, pero sobre todo la sensación de miedo; su atractivo físico es el arma perfecta para obtener privilegios; las emociones son un obstáculo. A partir de ese momento, los estereotipos de género se disuelven en la ambigua personalidad de la protagonista. Porque los Hombres de Angelika —Eveline— Schrobsdorff son aquellos que pasaron por su juventud. Porque es ella quien lleva las riendas de sus relaciones amorosas y ellos (los hombres) el medio para eludir la realidad, la persecución, la angustia, la tristeza.
Angelika Schrobsdorff llegó a las librerías españolas en 2016 con Tú no eres como otras madres. Un título de por sí impactante, que lleva al lector al periodo del III Reich. Pero además de un tiempo real y unos escenarios igualmente verídicos (Berlín y Sofía), la narración es autobiográfica. Y ahí radica exactamente la maestría literaria de la escritora alemana: en la imposibilidad de distinguir la realidad de la ficción.
Lo mismo sucede con Hombres, coeditada por Errata Naturae y Periférica en marzo de este año. Es tan sutil la narrativa de Schrobsdorff que durante sus casi 600 páginas no podemos evitar preguntarnos ¿es realmente Evelinche el alter ego de la autora? Sobre todo cuando percibimos esa personalidad tan inquietante, esa manera de presentar un carácter complejo sin buscar en ningún la simpatía del lector. ¿Es posible plantarse ante el mundo tal cual, desnudar las propias emociones, plasmando en ocasiones un egoísmo y un desapego emocional muy perturbador? Así lo hace la escritora: no esconde los defectos de una joven escéptica, a veces cínica, frívola y superficial que esconde el dolor de las pérdidas, el exilio, la opresión y la devastación de la guerra. Todo ello sin el menor atisbo de victimismo ni temor a la crítica y a la moral prejuiciosa.
En este segundo libro —que en realidad es el primero, pues se publicó en alemán en 1961— se repite el escenario de la capital búlgara, pero cambia el Berlín de su infancia por un Munich ocupado por los aliados. Aunque absolutamente independiente, el hilo argumental enlaza en ocasiones con Tú no eres como las otras madres. La madre vuelve a jugar un papel crucial y ojo con la figura del padre y lo para ella representa. Igual que la narrativa, descarnada, directa, brillante que nos guía por la vida de una mujer inclasificable que convierte el deseo de los hombres hacia ella en la única razón de su existencia. Hombres que a veces la convertían en “una pequeña y bella nada” y otras se dibujaban como un mero pasatiempo. “Quería que los hombres me admirasen y me deseasen. ¿Y te sentías muy fuerte? Sí. De alguna manera, sí. ¿Y por qué otras razones lo hacías? Por aburrimiento. O para que me dejasen en paz de una vez. O porque en realidad todo me daba igual”.