"Los diarios de Stefan Zweig comprenden cerca de treinta años de la vida del escritor, y por su espontaneidad son un documento irremplazable, además de un gran contrapunto a su autobiografía El mundo de ayer". Así presenta Acantilado la reciente publicación de los diarios —hasta ahora inéditos en español— del autor austriaco, cuya lectura nos acerca aún más a la historia europea, además de a sus pensamientos, sus anhelos, su personalidad e ideales.
Stefan Zweig no sólo fue un gran escritor, también fue un pensador culto y libre, antibelicista, europeísta, tolerante e idealista. Eran sus modelos Montaigne y Erasmo de Rotterdam. Del primero admiraba la mesura y la aversión por la violencia y el fanatismo; del segundo los ideales humanistas y la lucha contra el oscurantismo a través del arte, la instrucción intelectual y la cultura.
Estos valores, tan ajenos a nuestro siglo XXI sometido al dogma y el sectarismo —hasta el término “valor” se interpreta por la masa adoctrinada como algo rancio y anticuado—, suponen un maravilloso viaje al pasado donde Zweig nos guía por la senda de la historia de la Europa de la primera mitad del siglo XX, además de conducirnos por la de su propia experiencia.
Magistralmente traducidos por del alemán por Teresa Ruiz Rosas, los cuadernos (Tagebücher) del austriaco repasan en primera persona el día a día del autor, desde septiembre de 1912 hasta junio de 1940. El trabajo (acompañado de anotaciones y estudios aclaratorios) ha sido arduo, la investigación minuciosa, el resultado un volumen revelador de la compleja personalidad de Zweig, de su vida turbulenta marcada por las dos contiendas mundiales, la barbarie y el exilio.
Acantilado, referente en la recuperación de la bibliografía de Stefan Zweig en nuestro país, culmina con los Diarios lo que Mauricio Wiesenthal González la construcción del “Memorial Zweig”. Un riguroso compendio de su obra como “narrador, celador de la memoria de nuestros maestros, pensador libre, guía excepcional de la cultura, degustador de la vida y cautivador ensayista”, imprescindible para conocer en profundidad su figura y el retrato de una época dibujado de manera independiente, al margen de las “opiniones políticamente correctas que atan a los burócratas de la cultura”, repleto de símbolos, erudición, belleza y poesía.
Coetáneo y amigo de personajes como Richard Strauss, Rainer Maria Rilke, Hermann Bahr, Hugo von Hofmannsthal, Jakob Wassermann, Alma Mahler, Franz Werfel, Arthur Schnitzler, Arturo Toscanini, Sigmund Freud o Joseph Roth, Zweig trazó el camino de la tolerancia en pleno auge de la intolerancia. Y, aunque jamás sucumbió a la beligerancia expresa contra los totalitarismos del siglo pasado —“Nunca hablaré contra Alemania, el intelectual debe permanecer cerca de sus libros, no está preparado para lo que requiere el liderazgo popular”—, sí mostró de manera constante su oposición, a través de sus novelas, sus biografías, sus ensayos, a cualquier atentado contra la libertad y la dignidad del ser humano.
Él, descendiente de una familia judía, privilegiada social y económicamente en la Viena del cambio de siglo, supo bien del fanatismo, la demagogia, la crueldad de la guerra, las cruces gamadas y la persecución. Sin embargo, su carácter pacífico, su timidez le impiden adoptar una postura peleadora ni significarse públicamente al modo batallador. Contempla con horror y tristeza los acontecimientos que despedazan su idea de libertad. Asiste, descompuesto, al desmoronamiento de su paradigma europeísta, de sus arquetipos humanistas. Muere por dentro y lo escribe, lo describe, lo grita a su manera. Tal vez no lo bastante fuerte al entender del final de sus días en Petrópolis (Brasil), donde se despide del mundo de forma voluntaria en 1942, incapaz de soportar el declive, “la mayor catástrofe de la humanidad”.