El primer contacto de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936) con la política tuvo lugar cuando apenas había cumplido los 12. Casi recién llegado a su país natal —vivió hasta los diez años en Bolivia junto a su madre y demás familia materna—, el general Manuel Apolinario Odría derrocó al presidente Bustamente. Durante los ochos años de dictadura militar, el joven Vargas Llosa desarrolló una de las pocas constantes en su pensamiento político: el rechazo visceral a cualquier género de autoritarismo.
Lo narra él mismo en el prólogo de La llamada de la tribu, un ensayo autobiográfico que describe la trayectoria intelectual del escritor peruano desde aquella primera toma de conciencia social derivada de las injusticias de la dictadura odriísta, la insumisión al régimen y la oposición sistemática a los dictados paternos. También Vargas Llosa contó toda esa historia –el descubrimiento de la existencia de su padre, sus relaciones siempre tortuosas y violentas— en El pez en el agua (1993). Del mismo modo en que en aquella obra de hace 25 años desgranaba los secretos de su vocación de escritor y el desarrollo de su trayectoria vital, en esta se sumerge en lo más profundo de su pensamiento.
Siete de sus autores/pensadores favoritos protagonizan el perfil político actual del Nobel peruano y sitúan en el tiempo los hitos de su evolución hacia el pensamiento liberal. Tal cambio ideológico no sucedió de un día para otro, fue un proceso largo e intenso de maduración intelectual. También de incertidumbres y de revisión.
Desde su apasionada defensa juvenil de la revolución cubana hasta la ruptura (el desencanto) con una causa que descubrió injusta, autoritaria. Una farsa, en definitiva, que le llevó a buscar nuevas perspectivas intelectuales. Y es que la libertad individual, su ideal primigenio, la otra constante que permanece intacta en su concepto de la vida social, política y personal, resultó ser un fraude en toda aquella amalgama de sectarismos y dogmas que impregnaron su juventud. Fue entonces, ya residiendo en Londres y en plena era Thatcher, cuando Mario Vargas Llosa retomó a Adam Smith, Friedrich von Hayek y Karl Popper.
No sólo las lecturas de los intelectuales liberales o el retorno al existencialismo de Camus frente al de Sartre, le llevaron a recomponer su universo ideológico. También experiencias vitales, viajes (descubrir la realidad del régimen soviético le revolvió el alma), incursiones en la política de su país… determinaron sus convicciones actuales.
La llamada de la tribu no es una explicación —mucho menos una justificación— dirigida a todos aquellos que le han llamado “liberal” como si fuera el peor insulto del mundo, la mayor atrocidad cometida contra la humanidad. Al contrario. Es una respuesta, una reivindicación del individualismo y la responsabilidad personal frente al adocenamiento, el pensamiento plano, las verdades únicas de los jerarcas, los dogmas, los nacionalismos. “La llamada de la tribu trata del regreso al nacionalismo”. Del rechazo al extranjero, del sentimiento de privilegio por pertenecer a un país, a una sociedad “superior”: el origen de todos los totalitarismos, dictaduras y populismos, “la fuente (junto al fanatismo religioso) de todas las grandes matanzas y tragedias en la historia de la humanidad”.
Y todo ello escrito con acento Vargas Llosa, con esa cadencia tan suya, tan didáctica y, al tiempo, tan amena que nos lleva a recorrer las vidas, las contradicciones y las obras de siete intelectuales inmensos como si todo fuera una novela, un cuento repleto de anécdotas propias y ajenas que nos sitúan en diferentes épocas y lugares, en distintos contextos sociales y políticos y un denominador común esencial: la libertad, la democracia, el respeto, la humanidad.