Dramaturgo, novelista, poeta... El Valle que conocemos tiene mucho de autor teatral, bastante de novelista, ciertas dosis de poeta y una faceta iniciática como cronista, articulista y escritor de relatos mucho menos trillada. Siendo su obra dramática la más prolífica y famosa, puede que a estas alturas nos provoque incluso extrañeza descubrir que Valle-Inclán también cultivó el ensayo. Con menos ahínco, con idéntica maestría, con enorme complejidad. Porque también tenía mucho de filósofo, de pensador.
Si, como él mismo confiesa, México le hizo poeta, sus inquietudes esotéricas, su afición por la mística y las ciencias ocultas y su inclinación a frecuentar los círculos finiseculares de la época le llevan a adentrarse en su propia creatividad, a ahondar en las razones de su vocación literaria, en los cánones que finalmente regirían su compleja personalidad artística, su imaginario creativo. Artículos y escritos tempranos muestran ya esa atracción —incentivada después por su amistad con Rafael Urbano y Roso de Luna— que cobra pleno sentido con La Lámpara Maravillosa (1916).
La suprema belleza de las palabras sólo se revela en el goce de su esencia musical. Valle-Inclán. La Lámpara Maravillosa, 1916.
La belleza, la música de las palabras, el amor y la ética son los cuatro pilares sobre los que se alza la mística poética del gran literato que fue Valle-Inclán y que quiso plasmar en este pequeño ensayo. Obra capital en la que venía trabajando desde hacía varios años, donde expone su propia concepción estética de la literatura, su evolución como autor, a través de la meditación y la contemplación. Dos conceptos muy diferentes cuyo significado D. Ramón desgrana desde los primeros párrafos. Estos ejercicios espirituales, escribe, son una guía para sutilizar los caminos de la meditación, siempre cronológicos, y de la sustancia misma de las horas […] El alma creadora está fuera del tiempo, de su misma esencia son los tributos, y uno es la belleza. La lámpara que se enciende para conocerla es la misma que se enciende para conocer a Dios: la contemplación.
Ambicioné que mi verbo fuese como un claro cristal, misterio, luz y fortaleza. Valle-Inclán. La Lámpara Maravillosa, 1916.
No es fácil de leer —aviso—, tampoco de comprender. Cuando se cumple el primer centenario de la publicación de La lámpara maravillosa, ni siquiera los expertos en la obra de Valle-Inclán se ponen de acuerdo a la hora de analizar e interpretar este texto, desentrañar su sentido literal, su minuciosa estructura en glosas dibujadas como ejes que el autor va desbrozando a través de experiencias y reflexiones personales. Pero vale la pena intentarlo. Olvidar las explicaciones eruditas para tratar de extraer nuestras propias conclusiones. Igual hay que leerla cien veces —o mil—. Igual cada lectura nos conduce a un desenlace diferente. Pero Valle es Valle.