“Puesto que. Tú pronto. Pronto le pondrás nombre. Suturada en la piel llevará tu crónica. ¿Mami yo? Sí tú. Brincas en la cama, diría. Diría que es lo que hiciste. Luego te tumban. Te abren un tajo. Hora y día y espera”. Así comienza Una chica es una cosa a medio hacer, la primera novela de Eimear McBride publicada en español por Impedimenta y traducida por Rubén Martín Giráldez.
No es este párrafo una broma ni un texto balbuceante de alguien en estado de shock. Al contrario, es una muestra (un botón) del inusual estilo literario de McBride: es así como escribe ella, en picado, salvaje. Y es así el resto del libro: implacable, visceral, intenso. La prosa de esta escritora de origen irlandés y raíces londinenses elude la verborrea, pero también las normas literarias a las estamos acostumbrados. Hay que reconocerlo, no resulta fácil de leer. Acostumbrarse a su ritmo requiere un entrenamiento. Eso sí, una vez adquirido el tono resulta igualmente complejo desprenderse de él.
“Si cada libro fuera tan intenso como este, la lectura de literatura sería una actividad aún más minoritaria de lo que ya es”, escribió para la revista London Review of Books el novelista y crítico literario británico Adam Mars-Jones, en 2013, cuando se publicó la versión original — A Girl Is a Half-Formed Thing— de la ópera prima de Eimear McBride. Claro que la historia de la misma se remonta a 2003. Andaba ella por tierras rusas, experimentado con el lenguaje (el suyo, el gaélico) y las letras de los grandes escritores del país estepario, especialmente Mikhail Bulgakov, Dostoievski y Chéjov.
Eimear McBride nació en Liverpool en 1976, aunque su experiencia inglesa fue efímera: a los tres años, su familia de origen irlandés tomó el pasaje de vuelta. Creció en Tubbercurry y vivió en los condados de Sligo y Castlebar antes de trasladarse a Londres para estudiar teatro en el Drama Centre.
Su hermano Donagh —diagnosticado desde niño de un tumor cerebral— acababa de morir. Él tenía 27; ella 22. El dolor por la pérdida la empujó a viajar; durante ese periplo físico por la Europa del este, también emprendió un viaje interior. A la vuelta de esas experiencias, en un ático del norte de Londres, se sentó a escribir. No fue fácil: a escasos recursos económicos se unió la pérdida de todas las notas tomadas para ello. Tardó sólo seis meses en concluir. Lo que desconocía entonces eran los nuevos contratiempos que aún le faltaban por enfrentar. Tras casi una década sin encontrar editor, el libro se publicó finalmente por el pequeño sello independiente inglés Galley Beggar.
Una chica es una cosa a medio hacer explora los vínculos de una adolescente irlandesa con un hermano discapacitado, una madre abducida por la religión católica y su propia sexualidad, compleja, marcada por la relación con un tipo dos décadas mayor (una aventura que encuentra repulsiva y satisfactoria a la vez). También hay fe y amor, drogas y alcohol, experiencias universitarias, tensiones familiares y confusión emocional. La chica a medio hacer de Eimear McBride pelea por mantener la cordura en un ambiente opresivo.
La escritora se expresa mediante un lenguaje fracturado, una prosa discontinua hecha como de palabras amontonadas. Lejos de jugar con las reglas de la gramática habitual, sus frases cuelgan en las páginas como las bolas de un árbol de Navidad. Ella misma sostiene que “intenta capturar el momento justo antes de que el pensamiento se convierta en lenguaje escrito”. Su estilo recuerda al Joyce más descarnado, a los monólogos de Beckett, a la audacia de Edna O’Brien.
Ganadora de los premios Desmond Elliot, Baileys Women’s Prize for Fiction y Kerry Group Irish Novel of the Year (2014), la novela es uno de los títulos más influyentes de la actual narrativa en lengua inglesa.