Historietas del Museo del Prado es el cuarto cómic editado por la pinacoteca madrileña —tras El tríptico de los encantados de Max, El perdón y la furia de Altarriba y Keko e Idilio de Montesol—, que consolida su línea editorial y su apuesta por las tiras ilustradas. La idea inicial de esta publicación parte de José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del museo. Se lanza como el cómic del Bicentenario, con el fin de compartir las anécdotas de la institución durante estos dos siglos.
Vicent Sento Llobell Bisbal (Valencia, 1953) narra e ilustra los siete cuentos que componen el libro. Gracias a la inestimable ayuda de Etelvino Gayangós —conserje perpetuo del Prado e interlocutor de pintores, trabajadores y visitantes— el autor conoce de primera mano las historias que plasma en sus 99 páginas. Todas ellas se basan en hechos reales y documentados: el robo de piezas del Tesoro del Delfín; la noticia falsa que protagonizó el Museo en el siglo XIX —un terrible incendio narrado por Mariano de Cavia— y contribuyó a rescatarlo del olvido gubernamental; la bomba caída cerca de la institución durante la Guerra Civil, guardada por un particular, que hoy forma parte de su catálogo; o la del visitante anónimo que conservó las postales recuerdo de su visita.
Sento no quería escribir ni ilustrar un libro histórico. Por otro lado la propuesta de resumir los doscientos años del museo de un tirón le pareció al principio una labor de titanes. Por eso, la colaboración de Etelvino fue fundamental para lograr el objetivo y situar las anécdotas en el contexto real correspondiente. También Manuela Mena (exjefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Museo) inspiró alguno de los capítulos.
Uno de los momentos más emocionantes para Sento fue el desarrollo de El nuevo Bruegel el Viejo. Y es que bien conoce él las sensaciones, el trabajo duro, la satisfacción que supone la inmensa labor de recuperar una obra maestra que es precisamente de lo que trata este capítulo: la restauración de El vino de la fiesta de san Martín, del pintor holandés.
El cómic del bicentenario nos acerca aún más al corazón del museo, a las tripas de sus sótanos, a las emociones de sus visitantes, habitantes habituales e inquilinos pasajeros que han recorrido (y recorren sus salas) desde 1819. Así que “recuerden: las miradas preservan los cuadros, acrecientan el espíritu de sus creadores y cultivan la inteligencia del que lo hace. Pasen y vean o, en este caso, lean y miren”, concluye Gayangós.
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