Escapó del frío nazi donde su padre luchaba por el Reich como tanquista en la Panzer Division Frundsberg. También del frío rumano posterior instaurado por el totalitarismo comunista de Ceaușescu. Herta Müller (Nițchidorf, 1953), descendiente de suabos emigrados a Rumanía, creció en territorio hostil. Ya de niña aprendió a sobrevivir como parte de una minoría cultural. Supo de la exclusión, de la mezquindad de los dedos que señalan implacables, de los gulags ucranianos donde estuvo confinada su madre durante cinco años.
Sus primeros recuerdos se extienden sobre los campos de maíz socialistas, el trabajo físico, el maltrato y la tristeza. Pese a todo, estudió literatura rumana y alemana en la Universidad del Oeste de Timisoara, formando parte de un grupo de escritores defensores de la libertad de expresión. Su disidencia se intensificó durante el tiempo que trabajó como traductora en una fábrica en la ciudad. Allí, sentada en las escaleras — la habían expulsado de su despacho por negarse a colaborar con la Securitate del dictador—, sobre un pañuelo, comenzó a escribir, a construir el lenguaje metafórico, abrupto, seco, sustantivo que le salvó del frío y el miedo. El mismo que le valió el Nobel de Literatura en 2009.
Después de Timisoara, el acoso y los interrogatorios de los servicios secretos que casi le hacen enloquecer, huyó a Berlín. Pero tampoco allí pudo escurrirse del asedio de los chicos de Ceaușescu ni de la Rumanía mísera y lúgubre que marcó su infancia. Era 1987 cuando pisó la tierra aún coronada por el muro de la vergüenza y allí estaba también aquel mes de noviembre del 89 cuando la pared comenzó a convertirse en escombros agónicos.
Herta Müller escribe siempre en alemán, su lengua materna, aunque también le acompaña el rumano. Un idioma, dice, “duro y vulgar pero con una dimensión metafórica que no posee el alemán”. Porque la metáfora, al igual que la memoria, la censura y las dictaduras son la esencia de su estética lingüística. Y de toda su obra. La sombra del totalitarismo ha sido (es) el motor de una literatura que brota de las entrañas como tabla de salvación. En ella, las palabras tienen significados complejos, fruto del terror, del absurdo, de la angustia, de la necesidad de burlar la censura y la persecución, como una forma de “verse desde fuera”.
Con Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío —recientemente rescatado por Siruela—, Herta Müller vuelve a la carga, al círculo vicioso de la palabra para escapar del frío, la censura y la represión. No en vano el primer relato de este libro autobiográfico lleva por título Cada palabra sabe del círculo vicioso. Mi reacción al miedo a la muerte fue el hambre de vivir, dice. Su reacción al silencio impuesto, escribir, deletrear en la cabeza lo que no podía decir con la boca.
En los textos que componen este libro habla de su niñez y de su juventud, relata la persecución de los servicios secretos, reflexiona sobre su propia escritura y comenta las lecturas de los autores que influyeron en su trayectoria, por su faceta literaria o política.
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Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío. Herta Müller. Siruela, 2019. ISBN: 978-84-17624-29-3. Traducción del alemán: Isabel García Adánez