Dicen que Gilles Deleuze fue el pensador estructuralista por excelencia, muy por encima de Althusser, Foucault, incluso Claude Lévi-Strauss (iniciador de esta corriente filosófica). No obstante, como apunta el también filósofo francés Pascal Engel en la revista En attendant Nadeau, se trata de “un estructuralista ambiguo y atípico” que, al contrario que la mayoría de sus contemporáneos, centró su pensamiento en la estructura del tiempo.
Tal vez por ello, le fascinaba la obra de Proust, su intensa búsqueda de ideas y esencias, su necesidad de producir y reproducir en su escritura signos y conceptos. Él, Deleuze, que durante la primera etapa de su producción ensayística dedicó infinidad de textos al análisis del pensamiento de filósofos como Hume, Nietzsche, Kant o Bergson, sintió verdadera devoción por la producción proustiana y la obsesión del autor por aprender a descifrar los signos (de la realidad) que remiten a la verdad. Y es que, según Deleuze, el primer criterio para distinguir el estructuralismo es el descubrimiento de un tercer orden entre lo real y lo imaginario: el de lo simbólico. Ello sin confundirlo con lo imaginario.
Gilles Deleuze no leía a Proust como a un novelista, sino como a un filósofo tremendamente influido por el pensamiento platónico. A partir de esa percepción, analiza en Proust y los signos no sólo el proceso de escritura de En busca del tiempo perdido, sino que indaga también en la forma proustiana de producir e interpretar los signos, además de revisar su propia división de los mismos: signos del arte, impresiones y reminiscencias, signos del amor, signos de la mundanidad. Pero, por encima de todo, como recalca desde las primeras páginas, la unidad de la obra no se encuentra en la memoria. Lo esencial de la Busca no está en la magdalena ni en las baldosas, sino el aprendizaje. “Se trata –explica– no de una exposición de la memoria involuntaria sino del relato de un aprendizaje. Más precisamente del aprendizaje de un hombre de letras. Los caminos de Méségtise y de Guermantes son menos las fuentes del recuerdo que las materias primas, las guías del aprendizaje”.
Recientemente publicado en nuestro idioma por la editorial Anagrama, Proust y los signos se presenta “una de las mejores tentativas de desvelar las leyes estructurales de la obra de Proust”. La versión española, traducida por Francisco Monge y ampliada y revisada por Juan de Sola, recupera la mirada del filósofo sobre la escritura del novelista, exponiendo al tiempo numerosas claves de su obra: los signos, el aprendizaje, la verdad y la pluralidad del tiempo.