Estamos en Europa. Es la última década del siglo XIX. La industrialización, los cambios sociales y el nuevo estilo de vida urbano y burgués comienzan a hacerse notar en la mayoría de las grandes capitales. En aquel momento, el arquitecto barcelonés Enric Sagnier rozaba la cuarentena y sus obras ya salpicaban de Modernismo la Ciudad Condal. Aunque sus edificios se caracterizan por cierta indefinición estilística, dejan entrever claramente la influencia de las nuevas corrientes arquitectónicas.
Enric Sagnier nació en Barcelona en 1858, en el seno de una familia acomodada. Allí creció, estudió, finalizando su carrera en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Su formación artística y su posición social le facilitaron el acceso a los mejores ambientes de la sociedad barcelonesa. Pronto –desde sus inicios como ayudante de Francisco de Paula del Villar y Lozano– destacó en el terreno profesional gracias a los encargos de la nobleza y la iglesia catalanas. Su prolificidad artística le llevó a colaborar con otros destacados arquitectos de la época y numerosos artesanos vidrieros, ebanistas, forjadores y mosaiquistas vinculados al movimiento modernista.
El Modernismo como tal se desarrolló entre finales del siglo XIX y principios del XX con la intención de romper con las corrientes artísticas anteriores, tanto las academicistas como las realistas e impresionistas. La idea en torno a la que pivota este nuevo arte es la inspiración en la naturaleza. El empleo de materiales vinculados a la revolución industrial, como el hierro, el acero o el cristal, aluden al entorno urbano y el futuro de la ciudad. Las líneas curvas, las asimetrías, la estilización de las formas, la sensualidad y el exotismo constituyen los elementos característicos del movimiento también llamado Art Nouveau –en Bélgica y Francia–, Jugendstil –en Alemania y los países escandinavos–, Sezession –en Austria–, Modern Style –en los países anglosajones–, Nieuwe Kunst –en los Países Bajos– y Liberty o Foreale, en Italia.
En España, floreció especialmente en Barcelona, una ciudad entonces en pleno auge industrial, social y cultural, muy vinculada y abierta a las corrientes artísticas europeas. Fomentado por la burguesía catalana, este nuevo estilo domina no sólo la arquitectura, se aplica con idéntica pasión en la pintura, escultura, las artes decorativas, el diseño y el interiorismo.
Antonio Sagnier y Fernando Villavecchia acaban de publicar Sagnier y los modernistas: el oficio de la arquitectura 1880-1930. La obra, dirigida por Ramón Úbeda y escrita por Lluís Permanyer, pretende perpetuar y documentar el inmenso patrimonio modernista de Barcelona. La publicación recoge la práctica totalidad de los edificios construidos en Barcelona, fuera de la ciudad y en el extranjero –muchas de ellas desaparecidas–, además de los proyectos que no llegaron a ver la luz.
No se trata de un libro más sobre la arquitectura modernista, sino un compendio que contextualiza la profesión en torno a Enric Saigner y otras cuatro figuras fundamentales de la época: Lluís Domènech, Josep Puig, Antoni Gaudí y Josep M. Julgol. Con un nuevo enfoque y documentación inédita, el volumen recoge las obras principales de los protagonistas, su actividad profesional y las relaciones entre ellos, además de un estudio grafológico de sus respectivas personalidades.
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