David Evans lleva mil ochocientos veintitrés días, once horas y doce minutos en el corredor de la muerte. No se asusten: no es un espóiler. Es así como el Dr. Evans, un prestigioso neurocirujano norteamericano, comienza a narrar la historia que terminó con sus huesos en la cárcel. Un trayecto hacia el abismo que tan solo duró 63 horas, las que transcurrieron desde que supo que el paciente más icónico del momento iba a entrar por la puerta grande de su quirófano, hasta que salió de allí. Y no, tampoco es un terrorista, ni un loco, ni un asesino, sino un hombre que se ve obligado a elegir entre la vida de su hija de 7 años y la de un ilustre personaje de alto rango.
La trama parece simple. Y la decisión, aunque dura, también. Esto tampoco es espóiler. El único compromiso que los lectores de Juan Gómez-Jurado tenemos con el escritor es no revelar los finales ni las partes fundamentales de sus intrigas. Así que quienes todavía no hayan terminado El paciente, pueden leer esta nota sin temor a destripes inoportunos.
¿Que por qué hablo de una novela de 2014 justo cuando el escritor madrileño acaba de estrenar la tercera entrega de la saga de Antonia Scott? Pues porque, tanto El paciente como Cicatriz (ambos de Ediciones B) forman parte del enredo que (aparentemente) comenzó con Reina Roja. Debo señalar que ambas novelas pueden leerse de manera independiente a la trilogía, pero si se leen antes, el contexto contra mafias y asesinos en que se desenvuelven Scott y su compañero Jon Gutiérrez se ilumina con tremenda precisión.
Dicho esto, volvamos a David Evans. Es joven, brillante y neurocirujano. Reside en Washington y trabaja en el Saint Claire, uno de los hospitales más prestigiosos de la ciudad. “Pequeño, privado y extremadamente caro”. Con respecto a su trayectoria profesional, vive uno de los momentos estelares. No le sucede lo mismo en el ámbito personal, quebrantado un año antes por la muerte de su mujer a causa de un tumor cerebral que él no supo detectar a tiempo. La culpa y la añoranza le persiguen. No obstante, la existencia de su hija Julia le compensa con creces el exceso de trabajo, el estrés, incluso la tristeza.
Así están las cosas cuando le comunican en el hospital que ha sido escogido para operar al presidente de los Estados Unidos de un tumor cerebral (la misma enfermedad que causó la muerte de Rachel). Se siente halagado, orgulloso de su responsabilidad, impaciente por llevar a cabo una intervención tan compleja. “Si la operación del viernes sale bien serás intocable. Para siempre. Podrás ser jefe de servicio en cualquier hospital del país”.
Es entonces cuando aparece el señor White: un psicópata, un manipulador diabólico y peligroso, extremadamente inteligente. Desde niño se dedica a estudiar los patrones de comportamiento de los demás. De adulto es capaz de prever toda reacción humana, consiguiendo de esta forma obligar a cualquiera a cometer actos impensables, aberrantes como conminar a Evans a asesinar al presidente.
El Dr. Evans se enfrenta a un doble dilema: el del padre que quiere salvar a su hija por encima de todo; el del médico a quien el juramento hipocrático le impide matar a un paciente en la mesa de operaciones. Pero no es el único personaje que se debate entre el deber y el amor. Su cuñada Kate Robson, agente especial de los Servicios Secretos, libra su propia batalla cuando David le pone al corriente del secuestro y el chantaje.
Juan Gómez-Jurado imprime a la novela el ritmo narrativo que le caracteriza como escritor de tramas policiales, en este caso repleta además de giros y sorpresas. El espacio se encoge a idéntica velocidad que se reduce el tiempo. No hay tregua para los personajes ni para el lector. Apenas nos detenemos un segundo para recuperar el aliento cuando debemos empezar a correr de nuevo. Nadie tiene la oportunidad de respirar en esa carrera contrarreloj y contra un psicópata sin escrúpulos que no se arruga ante el sufrimiento ajeno, sino que disfruta con ello.
A la intensidad de la intriga contribuye el lenguaje literario: directo, implacable; y los cambios magistrales del punto de vista narrativo: primera persona para el protagonista principal, la tercera persona para el resto de personajes. Hay que destacar la minuciosa labor de documentación previa que lleva a cabo Gómez-Jurado con respecto al modelo sanitario estadounidense, los protocolos de seguridad de los servicios secretos, el armamento, las localizaciones... También ahonda en la neurocirugía y las implicaciones técnicas de este tipo de operaciones tan complejas y delicadas.