El pasado 4 de enero se cumplía el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós. Era el año 1920 cuando los medios de la época anunciaban el fallecimiento del escritor canario en su casa de la calle Hilarión Eslava de Madrid. Justo un siglo después (y contra todo pronóstico, dado el ambiente político tan enrarecido y cerril que se vivía aquella tarde de 2020), la capital española recuperó buena parte del espíritu galdosiano sepultado por el tiempo, no por el olvido.
En efecto, una riada de personas de toda condición se congregó en torno a la escultura levantada en 1919, a un lado del paseo de coches del Retiro, como homenaje al novelista que “tanto amó al pueblo de Madrid”. Aquel otro día de enero del 19 del XX, en que se descubrió el monumento, ya andaba Galdós maltrecho. Ciego e inválido, acudió al evento custodiado por el entonces jovencísimo escultor Victorio Macho —autor de la obra—, Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Ramón Pérez de Ayala, Emiliano Ramírez Ángel, Andrés González Blanco y Enrique de Mesa. Ninguna autoridad, salvo el alcalde, Luis Garrido Juaristi. Ninguno de los nombres del 98.
Tampoco los del 98 asistieron a su entierro, casi un año después. Ni siquiera publican una sola línea con respecto a su muerte. Lo cierto es que hacía una década que Galdós vivía al margen de la casta literaria madrileña, las tertulias de café y las algaradas políticas. Fue el pueblo madrileño quien atestó las calles y lo acompañó hasta el cementerio de la Almudena aquel 5 de enero de 1920. “La España oficial, fría, seca, protocolaria” de José Ortega y Gasset aparenta unirse al duelo popular. El Gobierno en pleno marcha junto al féretro. Una farsa, pues en realidad, "ha estado ausente en la unánime demostración de pena". "La presencia institucional es puramente testimonial".
Fue la gente quien se apretaba en las aceras, quien abarrotaba balcones y ventanas, se unían en masa a la comitiva. Al grito de ¡Viva Galdós!, la multitud se iba haciendo incontenible. Igual que la emoción. Y es que fue el canario el gran cronista de la capital. No sólo de los acontecimientos, las calles o los ambientes, sino del alma de la ciudad y sus habitantes en una época marcada por el conflicto, el enfrentamiento social, las discordias políticas, la polarización y el desorden del poder. Galdós dibujo el retrato exacto de la sociedad española de su tiempo —tal vez, el de la sociedad española de todos tiempos— y se identificó con el pueblo. Mejor, el pueblo con él hasta convertirlo en un símbolo. Cien años después, Galdós vuelve a brillar con idéntica intensidad.
Al mismo grito de "¡Viva Galdós!” en las calles, y #GaldósVive en las redes sociales, se inauguró en Madrid el Año Galdós. La Comunidad abrió el primer acto del homenaje al escritor con un regalo multitudinario: 1.000 facsímiles de 19 de marzo y 2 de mayo a las personas que acudieron a la sede de la Consejería de Cultura y Turismo; otros 1.000 ejemplares a quienes fueron a la sede central del Instituto Cervantes.
La España oficial sí parece mojarse esta vez con el centenario y el homenaje multitudinario dignos del escritor. Se suman los autores contemporáneos —Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina, Marta Sanz, Andrés Trapiello—, expertos, críticos, periodistas y aficionados a la literatura a los textos, loas, recuerdos y distinciones de todo signo que impregnarán este recién estrenado Año Galdós. Sin embargo, como escribía hace unos días Carlos Mayoral —galdosiano empedernido y autor de Un episodio Nacional—, posiblemente “no se hablará tanto de la faceta política del canario, un liberal convencido que luchó por esa libertad del ser humano cuando los que enarbolaban la bandera del liberalismo se estrellaban una y otra y vez contra el inevitable cainismo hispánico”.
Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920), además de periodista, cronista de arte y ópera, novelista, dramaturgo, ensayista, músico, pintor, aficionado a la jardinería y al dibujo, era un tipo socialmente comprometido. De hecho su obra se nutre de cierto espíritu de reforma social y su implicación personal en la construcción de una España más libre y solidaria. Laico, anticlerical y republicano, su ideología no encaja con ninguna formación política como tal. Anduvo, no obstante, trasteando entre los partidos progresistas (fue candidato en varias elecciones), combinando su faceta literaria con la parlamentaria y peleando contra el oscurantismo y la ranciedad.
A nivel literario quebró las convenciones. Tanto que fue blanco de críticas, censuras y —lo peor— de un boicot conservador contra su candidatura a Premio Nobel en 1915, impulsando la de Menéndez Pelayo. Sus coetáneos lo tildaron de mediocre y costumbrista de folletín. ¡Vaya por Dios! Lo mismo dijeron de Baroja —uno de sus mayores detractores— tiempo después. Para las vanguardias que entonces asomaban la nariz, su escritura carecía de estética. Después fue a peor, pues durante el franquismo ese entusiasmo galdosiano por la libertad y ese anticlericalismo inequívoco no eran del agrado del régimen.
De todo ello da buena cuenta Francisco Cánovas Sánchez. Bajo el título Benito Pérez Galdós: Vida, obra y compromiso, el libro repasa la vida y la obra del autor situándolas en el contexto social, histórico y político que le tocó vivir: desde el reinado de Isabel II, el de Amadeo de Saboya, la I República y la Restauración, el cambio de siglo y las revoluciones… Se trata de una biografía que desgrana la personalidad de Galdós de principio a fin; desvela aspectos más desconocidos como su afición a la pintura y a la música, su faceta de editor y su dimensión política.
+
Las imágenes forman parte de la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana que acoge la Biblioteca Nacional de España hasta el 16 de febrero de 2020. Comisarios: Germán Gullón Palacio y Marta Sanz Pastor.
+
Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso. Francisco Cánovas Sánchez. Alianza. Madrid, 2019. 504 páginas. 25 €.
Galería de imágenes
-
1
-
2
-
3
-
4
-
5
-
6
-
7
-
8
-
9
-
10