Textos primerizos, borradores de juventud, apuntes, libretas casi ilegibles, cartas, diarios, la última novela inacabada… Cuando leemos la palabra “póstumo” junto a novela, ensayo, poemario o lo que sea con posibilidad de ser editado, no sabemos si echarnos a temblar o abrir una botella de champán. Al menos a mí me ocurre. Porque cuando escucho semejante vocablo referido a alguno de esos escritores que tengo registrados en la categoría de maestros, me da pánico pensar que un editor ávido de ventas o unos familiares dispuestos a cobrarse hasta el último céntimo de la herencia del autor vengan a desmontarme el mito. Porque si el autor había decidido no publicar en vida ciertos textos, sus motivos tendría, ¿o no? Sin embargo, a veces, la realidad se presenta como el instrumento perfecto para despojarnos de los prejuicios sobre lo inédito gracias a pequeñas joyas ocultas durante años, capaces de disipar los temores incluso de los más escépticos.
Las razones de Antonio Tabucchi para mantener a Isabel —la misteriosa protagonista de una de las novelas más deliciosas que haya escrito— encerrada en un cajón casi dos décadas no han sido capaces de desvelarlas ni su flamante editor en versión original, Carlo Feltrinelli, ni María José Lancastre, su viuda, en el brevísimo epílogo que corona la obra publicada por Anagrama a finales de 2014. Aunque tal vez el motivo principal de este incomprensible aplazamiento fuera el convencimiento del autor de que se trataba, según sus propias palabras, de “una novela estrambótica, una criatura extraña como un coleóptero desconocido, que ha quedado fosilizado sobre una piedra”.
Bajo el título Para Isabel. Un mandala y banda sonora original de Beethoven, Tabucchi encomienda a Waclaw-Tadeus la investigación sobre el paradero de Isabel; un encargo que, al modo de los viejos mandalas orientales, se desarrolla en círculos concéntricos. Cada capítulo es un círculo que conduce inexorablemente al siguiente a través de las pistas que los diferentes personajes que alguna vez tuvieron relación con la enigmática heroína desaparecida en Lisboa en plena dictadura salazarista. Una novela breve, soberbia, extraordinariamente compleja (pero fácil de leer) que refleja la constante búsqueda de Antonio Tabucchi tanto en su prosa como quizás en su propia existencia, pero también el imaginario lingüístico y creativo de un autor fuera de serie, un maestro de la alquimia y la seducción literarias que atrapa desde las primeras líneas.
Chirbes, sin embargo, dejó su última novela perfectamente terminada y revisada pocos meses antes de morir. Aunque publicada de manera póstuma hace apenas unos días, el autor de Crematorio y En la orilla, también llevaba más de veinte años dándole vueltas al proyecto París-Austerlitz. Una obra maestra que transita por los caminos más oscuros del amor. También por los más brillantes. Del paraíso al infierno, de la pasión del enamoramiento a la angustia del abandono, de la entrega absoluta al egoísmo, la enfermedad, el miedo. Rafael Chirbes recorre de forma descarnada todas las fases posibles de una relación. Hasta la muerte. No hay compasión en la manera de narrar la historia de ese joven pintor madrileño de familia bien quien, tras viajar a París con los bolsillos repletos de sueños, conoce a Michel. Su complemento y su contrario; el obrero maduro que lo acoge en su casa y en su cama; el amante que se entrega sin fisuras y que, hoy, agoniza enfermo de sida en el cuartucho de un hospital parisino. Es el joven pintor el narrador de este último trayecto de su relación con Michel; una historia que transita entre la confesión y la justificación pero, y por encima de cualquier otro móvil, naufraga en las sinrazones más profundas del amor.