David Jiménez Torres lleva años intentando dormir bien. Ha tomado pastillas, ha consultado webs especializadas, ha asistido a talleres de mindfulness… Y nada. El insomnio se niega a abandonarlo. Se aferra a él noche tras noche de formas diversas. Porque no se trata del insomnio ese crónico que le destroza a uno la vida, sino de ese otro que tortura en pequeñas dosis: no lo bastante cruel como para convertirte en un zombi, sí lo suficiente para despertar cansado. ¿Les suena? A los maldurmientes, seguro. Y, por lo visto, somos más de lo que creemos.
Así lo constata Jiménez Torres en las primeras páginas de El mal dormir: “Según datos de la Sociedad Española de Neurología, entre un veinte y un cuarenta y ocho por ciento de adultos sufre, en algún momento de su vida, dificultad para iniciar o mantener el sueño”. Pero no vayan a pensar que el ensayo recién publicado por Libros del Asteroide es un tratado infumable cifras y datos sobre el insomnio. Al contrario, se trata de un análisis sobre el mal dormir basado en la propia experiencia del autor. Una experiencia similar a la de todos los que desconocemos el placer dormir ocho horas del tirón.
Dormir ocho horas del tirón. ¿Se imaginan? Sí, porque, a veces, sucede. Ciertamente muy pocas y sólo tras un montón de noches seguidas en las que, nada más apagar la luz, comienza la avalancha de pensamientos, las ideas en puro desorden sobre lo que hay que hacer a la mañana siguiente o (¡algo productivo!) toda esa poesía que ha tratado de escribir infructuosamente durante todo el día. O de esas otras en las que, por mero agotamiento, cae uno a plomo en la cama. Una felicidad que se desvanece cuando cuatro o cinco horas después regresa la tormenta, el revolverse, el aburrimiento, las ganas de que sea ya de una vez una hora prudente para salir de la confusión de las sábanas y prepararse un café bien potente.
Es de esa clase de insomnio es de la que escribe David Jiménez y que él prefiere denominar “mal dormir”. Que no es dormir poco ni pasar noches y noches en vela. De eso y de las consecuencias nocivas derivadas de los problemas del sueño. Y lo hace con sentido del humor, con una prosa clara, correcta, divertida e incisiva. Que aunque no sea un tratado de autocompasión, sí es un recorrido por la búsqueda incesante de un sueño reparador (¿qué será eso?) y de una constante “sensación de fracaso”.
“Uno quiere dormir, uno intenta dormir, pero no puede. Se dice que pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo; pues bien, el maldurmiente puede pasar una décima parte de su vida fracasando en la búsqueda del sueño. Es una incapacidad parecida a la de esas personas que se presentan una y otra vez al examen de conducir y cosechan suspensos. Solo que, en este caso, hay un examen cada noche”. No es este el único párrafo con el que me he sentido identificada. Hay muchos más. Me atrevería a afirmar que todo el libro es un reflejo de las noches de nosotros, los maldurmientes.
Y también de las mañanas en blanco y negro que siguen a las noches en las que los hechos se presentan engrandecidos, como fantasmas siniestros en mitad de la oscuridad y la soledad del insomne que busca desesperadamente reconciliarse con el sueño y despertar para seguir disfrutando de la vida. Repasa con muchísimo acierto frases de otros autores, pesadillas e historias de insomnios demoledores, de otros brillantes y fértiles como los de Holmes o Sherezade. Pero no. No hay nada romántico ni creativo durante esos momentos nocturnos.
Reflexiona igualmente sobre la escasez de conocimientos científicos sobre el sueño que además afectan a la solución eficaz de estos problemas y las consecuencias negativas en la salud: metabolismo, capacidad de atención, ansiedad, memoria, sistema inmune…
En fin, maldurmientes del mundo, lean a David Jiménez. No aprenderán a dormir ni a descifrar por qué no lo logran, pero sí van a disfrutar de un libro excelente y muy bien escrito que posiblemente les alivie más de una noche y, con toda seguridad, se van a sentir acompañados por Bryce Echenique todos aquellos que experimentamos “el inmenso desconsuelo de que a nadie le importe el insomnio extraoficial”. Y los biendurmientes también. Que tener el privilegio de dormir por las noches no les impida gozar de la literatura de este joven escritor.