Francesca Woodman: Portrait of a Reputation. Foto: George Lange
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Cuando George Lange abrió la caja de Francesca Woodman

Rizzoli publica una obra dedicada a la fotógrafa Francesca Woodman, escrita por Nora Burnett Abrams y Drew Sawyer y prólogo de George Lange.

La primera vez que Francesca Woodman tomó una fotografía tenía 13 años. Era 1971, la niña Francesca estrena la cámara que le había regalado su padre —fotógrafo también, y pintor—. Ese temprano autorretrato revelaba ya un estilo concreto que iba a perfeccionar a lo largo de su trayectoria artística: blanco y negro, formato cuadrado, un único protagonista (casi siempre ella misma) en el que poner el foco de la escena.

Su voz definitiva la encontró algo después, entre los años 75 y 78, mientras estudiaba en la universidad de bellas artes de Providence, la Rhode Island School of Design. El último año, previo a su traslado a Nueva York, lo cursó en Roma gracias una beca de excelencia por su talento artístico. Fue en aquélla época de estudiante cuando conoció a George Lange.

Lange, compañero de estudios e íntimo amigo de la artista, es el autor del prólogo de Francesca Woodman: Portrait of a Reputation, recientemente publicado por Rizzoli Electa. Aparte de su testimonio personal en esta bella introducción, aporta el inédito material fotográfico que ilustra el libro. Lo tenía guardado en una caja cerrada desde que Francesca murió, que no volvió a abrir hasta el año 2017. Allí dentro había cartas, anotaciones, impresiones, postales y más de cuarenta imágenes que él mismo tomó a su amiga durante aquel tiempo.

El pasado viernes, 3 de abril, la fotógrafa de Denver habría cumplido 62 años si una fría mañana de enero de 1981 no hubiera decidido arrojarse por la ventana de su apartamento neoyorquino. Comenzaba entonces a manifestarse cierto reconocimiento hacia su trabajo que también recién se exponía en la galería Daniel Wolf. El libro de Rizzoli, escrito por Nora Burnett Abrams y Drew Sawyer, se aleja un tanto del suicidio y las razones, para incidir en sus trabajos, en cómo esas imágenes congeladas parecen más de una época remota que de los inicios de los 80. En mostrar a la Francesca que sabía sonreír, danzar, disfrutar de la vida.

Los ecos surrealistas de su extenso legado —más de 800 instantáneas en la que se autorretrata desnuda una y otra vez— se los trajo de Roma y el famoso café de la librería Malodor donde ella y un grupo de jóvenes artistas vinculados a la vanguardia de principios de siglo realizaron su primera exposición. También la decadencia y la luz que plasma en sus imágenes provienen de ese periodo estudiantil marcado por la historia del arte italiana.

Dice Antonio Muñoz Molina que “en su descaro de retratar tantas veces su propio cuerpo desnudo había más de solitaria introspección que de narcisismo”. Un gesto que corroboran los testimonios de sus amigos más íntimos y enfocan el objetivo del libro: destacar el lenguaje riguroso, enigmático y conmovedor que Woodman empleaba cuando capturaba el mundo. De esta forma tan bella y artística la publicación quiebra los estereotipos creados en torno a su figura y la leyenda romántica que la ha rodeado durante cuarenta años.

Se trata de una parte muy importante de su vida que no se ha compartido con nadie. Hay fotos que son probablemente las primeras en la que ella aparece sonriendo y saltando por su estudio, divirtiéndose y disfrutando de veras del proceso de tomar fotos”, explica George Lange en la introducción de Portrait of a Reputation. Y es la imagen que se reivindica de la fotógrafa.

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Nora Burnett Abrams es la curadora y directora de planificación de Ellen Bruss en MCA Denver. Drew Sawyer es el curador de fotografía Phillip Leonian y Edith Rosenbaum Leonian en el Museo de Brooklyn, Nueva York.

Francesca Woodman: Portrait of a Reputation ISBN: 978-0-8478-6491-1. Rizzoli. Nueva York