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Cinco novelas para conocer a Eduardo Mendoza

Eduardo Medoza ha sido galardonado con el Premio Cervantes 2016. El último de una brillante carrera literaria repleta de éxitos.

Eduardo Mendoza es un señor. Afable y encantador. Y no es que lo haya leído (que también) en el reguero de crónicas que desde el pasado 30 de noviembre salpican diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Es que lo he comprobado más de una vez. Su sonrisa es un alivio para los supervivientes de las abrasadoras filas de la Feria del Libro de Madrid. A golpe de sol y mucha paciencia, los estoicos lectores de Eduardo Mendoza no sólo se alzan triunfantes con una dedicatoria al uso. También se llevan el recuerdo de un hombre cordial que en absoluto hace gala de su éxito literario. Descomunal en un país que no lee.

Pero él como si nada. Como si subir a las cimas de la alta literatura fuera un camino de rosas. Un lugar accesible para cualquiera. Y no. Porque juntar un par de letras y rellenar con ellas más de doscientas páginas no es hacer literatura, aunque a veces se venda como tal. Eduardo Mendoza escribe. Y donde se conjuga el verbo escribir significa hacerlo bien. Escribe para contar. En ocasiones para provocar. Con un sentido del humor muy personal, teje en cada novela una maraña de ironía que es siempre una invitación a reír. A cruzar el puente de la sátira y bucear en terrenos mucho más pantanosos. Incluso trágicos. Pero apenas se percibe el patetismo de determinadas situaciones. El poder de la palabra escrita (y de la risa) es lo que tiene.

Eduardo Mendoza escribe. Más de cuatro décadas lo avalan. Desde el 30 de noviembre también el Premio Cervantes 2016. En la estela de la mejor tradición cervantina, posee una lengua literaria llena de sutilezas e ironía, algo que el gran público y la crítica siempre supieron reconocer, además de su extraordinaria proyección internacional, dicen los jurados del más importante premio de las letras hispanas, que esta vez recae sobre un escritor que tiene mucho de Quijote —y de Cervantes— y que curiosamente inició su carrera literaria el mismo año que nació el premio (1975).

Pero él, en su terco caminar por el sendero de la discreción, afirma en El Mundo que el Cervantes le sabe un poco a cierre. Yo quiero (prefiero) sospechar que en mitad de la vorágine y la sorpresa, el galardón le ha pillado con el pie cambiado. Que es su sentido del humor incorregible el que le empuja a decir esas cosas. Todo indica que va a continuar escribiendo y que seguiremos disfrutando de su prosa durante mucho tiempo. Lo que no quiero imaginar es cómo será el junio de 2017 en el Retiro.

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