No es la primera vez que hablamos de Ayaan Hirsi Ali ni tampoco la primera vez que la feminista somalí se enfrenta a la crítica por su manera de abordar los problemas del islam acerca de la mujer y el respecto de sus derechos fundamentales. Lleva décadas luchando a favor de las mujeres musulmanas, contra el burka, la mutilación genital, los matrimonios forzosos y la tolerancia social de la violencia; y lacerando las finas pieles de quienes abogan por la tolerancia de ciertas costumbres que ella considera arcaicas y humillantes.
Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, 1969) vive actualmente en Los Ángeles, pero su periplo como exiliada comenzó de niña. Primero con su familia. A causa de las ideas políticas de su padre, contrarias a la dictadura de Mohamed Siad Barre, huyen de Somalia instalándose definitivamente en Kenia, tras dos cortos periodos en Arabia Saudí y Etiopía. Su actividad política y su compromiso con los movimientos a favor de las mujeres se inicia en Holanda, en 2003, cuando fue elegida diputada del Parlamento holandés por el Partido Popular por la Libertad y la Democracia.
Al año siguiente, su colaboración en el corto Submission (Sumisión), dirigido por el cineasta liberal Theo van Gogh, le valió la inclusión en la lista negra de Al-Qaeda junto a Salman Rushdie, el propio van Gogh —apuñalado en plena calle por un islamista neerlandés de origen marroquí— o el dibujante de Charlie Hebdo, Stéphane Charbonnier, Charb, también asesinado en noviembre de 2015.
Ella, que escapó de milagro de las garras de un matrimonio impuesto (aunque no de la ablación; tenía 5 años) y las amenazas yihadistas, es hoy una de las voces más críticas y potentes contra el islam y la inviable integración de ciertos inmigrantes en las sociedades democráticas (e igualitarias) occidentales. No duda en señalar “la educación recibida” por estos “hombres que desprecian a las mujeres”, procedentes de países de mayoría musulmana, como uno de grandes problemas de la Europa actual. Y es que tampoco duda en acusar a los dirigentes políticos europeos de cómplices en la erosión acelerada de los derechos de la mujer. Unos derechos que ya dábamos por consolidados y que, a causa del “buenismo” progre y la dichosa “cultura de la cancelación”, vuelven a situarse en la cuerda floja.
Estas premisas —y el cambio de la situación de la mujer en Europa en estos últimos años— constituyen los pilares de su nuevo ensayo, Presa (Debate, febrero 2021). El libro se centra casi exclusivamente en el comportamiento de los hombres musulmanes en países occidentales libres e igualitarios —Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia—. No lo hace porque la conducta despectiva y el abuso sean distintivos de este grupo. Hirsi Ali es plenamente consciente que tales actitudes desdeñosas, violentas, abusivas (y delictivas) se dan también entre hombres no musulmanes.
Si se concentra en este colectivo es por tres motivos fundamentales. El primero “magnitud de la inmigración llegada a Europa desde países de mayoría musulmana”; el segundo, “su relieve político” y la fuerza que en el debate populista alcanza la demonización de esta clase de inmigración. Finalmente, “un diálogo franco supone también un desafío para los islamistas, que reconocen el problema, pero proponen un remedio que relegaría a todas las mujeres”, señala la propia escritora en el prólogo del libro.
En Presa: La inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer, Hirsi Ali se encara también con la clase dirigente europea que, con sus políticas identitarias victimistas, está favoreciendo y tolerando el deterioro de las libertades y los derechos más elementales de las mujeres. Y todo en pleno siglo XXI, cuando teníamos por abolidas determinadas prácticas discriminatorias y plenamente consolidadas las libertades femeninas, tras décadas de activismo social.
Pues, como asegura en el libro, “estos hombres que desprecian a las mujeres no acotan su menosprecio a aquellas con las que comparten origen. Algunos musulmanes extienden este sentimiento a todas las mujeres, incluidas las europeas”. Esto implica “un fracaso colosal” por parte de la clase dirigente y una necesidad urgente de revisión de “un sistema roto” que beneficia tanto a los islamistas como a los populistas de derechas.
Con idéntica rotundidad sacude a los líderes, mejor, a su falta de liderazgo, a su irresponsabilidad a la hora de enfrentar una realidad demoledora y misógina que está poniendo en peligro los logros que tanto han costado a las mujeres europeas. Además, su postura documentada y argumentada a conciencia resulta asimismo incómoda para todos aquellos defensores de la inclusión indiscriminada, sin pasar por el filtro de la democracia, de la igualdad y de la exigencia de una integración real en las sociedades occidentales libres.
De igual manera que Ayaan Hirsi Ali ha recibido premios y reconocimientos internacionales por su labor solidaria en defensa de mujeres y niñas y sus denuncias contra el autoritarismo islámico, ha sido calificada (por los mismos motivos) de islamófoba, radical y legitimadora del nacionalpopulismo contemporáneo. Además, su postura documentada y argumentada a conciencia resulta asimismo incómoda para todos aquellos defensores de la inclusión indiscriminada, sin pasar por el filtro de la democracia, de la igualdad y de la exigencia de una integración real en las sociedades occidentales libres.