Antes de los años terribles. Víctor del árbol.
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Antes de los años terribles: la cruel realidad de los niños soldado

"Antes de los años terribles yo era un niño feliz en ese lugar. La felicidad parecía el estado natural de la vida, algo tan obvio como que cada mañana salía el sol".

Antes de los años terribles, Isaías Yoweri era un niño feliz. Vivía en el norte de Uganda, en una aldea sin nombre próxima a Golu, la capital del distrito. Allá donde la tierra se riza en remolinos de polvo bajo un cielo anaranjado, creció en una familia humilde y sabrosa, entrañable y firme, con coraje y orgullo, antes de que el miedo comenzara a instalarse en las casas de adobe y la sombra de Joseph Kony hiciera añicos los días felices y cualquier rastro de humanidad.

Antes de los años terribles, Isaías Yoweri no concebía la vida sin la placidez que le había acompañado desde que podía recordar, sin las historias ugandesas de la abuela Ng’o, el olor a hierba parda, a café recién hecho y a estiércol amontonado. La felicidad tenía una forma indefinida entre redonda como la cara de su hermano Joel y alargada como las trenzas keniatas de su amiga Lawino. No hubiera sabido definirla, porque entonces la felicidad no se explicaba. Simplemente era y transcurría como la brisa azul procedente de la montaña. Hasta que sobrevino el primer día terrible, el anuncio de un infierno de violencia descarnada en el que Isaías dejó de ser niño. Y feliz. Tenía 12 años. Era mayo de 1992.

A principios de los años 90, Uganda era un hervidero de guerrillas, de supersticiones irracionales, de enfrentamientos tribales, fanatismos y conflictos religiosos. El Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés), liderado por Joseph Kony, se hacía cada vez más fuerte y, al igual que los militares, contaba sus victorias en función de los civiles muertos. Pero las fuerzas del LRA eran aún peores. Se nutrían de niños secuestrados, adiestrados para matar, forzados a cometer toda clase de crímenes, a pasar a machete a todo bicho viviente. Las atrocidades de la guerra se cuentan por millares. Pero las del gurú Kony superaron lo imaginable en su empeño por instaurar su teocracia demente. El régimen militar del entonces presidente Museweni no fue capaz de detenerlo. En 2012, el colectivo Invisible Children, lanzó una campaña con el fin de llevar a Kony a la justicia internacional por sus actos inhumanos.

Hoy, Joseph Kony —tras provocar la muerte de más de 150.000 personas y millones de desplazados— sigue siendo uno de los criminales de guerra más buscados por el Tribunal Penal Internacional. Se cree que está escondido en Sudán.

En Antes de los años terribles, Víctor del Árbol recupera desde la ficción, a través de Isaías Yoweri, la historia real de la guerra civil ugandesa. Lo hace desde la ficción porque para aglutinar en palabras toda esa sangre derramada, todo ese delirio psicótico de muerte, rituales, violaciones y crueldad sin límites, hay que ponerle la distancia de la literatura, por sutil que sea. Isaías es un personaje imaginario que encarna la realidad salvaje de todos los niños soldado con los que el autor habló durante el periodo de documentación de la novela. El relato se desarrolla en dos espacios temporales: el actual, cuando un Isaías Yoweri ya adulto regresa a Uganda casi por casualidad; y el del pasado en llamas de los años de guerra, secuestro y huida.

La novela es atroz. Es imposible digerir sus páginas sin boquear en el océano de sentimientos encontrados, donde rugen todos los demonios. Los propios y los ajenos. Se me ha hecho muy difícil desgajar la agonía de la infancia corrompida de la brutalidad, la falta de escrúpulos, el desprecio por la vida de esos pequeños soldados que poco antes eran niños como cualquier otro.

Me ha costado mucho trabajo no caer en la trampa de una superioridad moral impostada; del juicio facilón ante el que nos rendimos quienes no sabemos nada de guerras ni torturas. He luchado contra todos mis prejuicios, contra las ganas de ponerle adjetivos a cada asesinato, cada violación, cada golpe, cada latigazo… perpetrado por un chiquillo, por miles de chiquillos. He pasado casi 500 páginas tratando de no perder de vista al niño Yoweri, al pequeño Joel, para mantener la inocencia que los Konys, los Binogas, los Christians MF y demás seres despreciables les robaron antes de convertirlos en robots despiadados a base de terror y palizas. Pero lo cierto es que aún no sé si Isaías Yoweri recuperó en algún momento su condición de buena persona o es que nunca había dejado de serlo.

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