La casa holandesa. Ann Patchett.
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Ann Patchett, la escritora de la memoria

Ann Patchett compone en 'La casa holandesa' una sinfonía wagneriana sobre el arte de perder, el abandono, las rupturas y la memoria.

Ann Patchett tiene 55 años, nació en Los ángeles y vive en Nashville (Tennessee), donde regenta un templo literario que erigió cuando casi la totalidad de las librerías de la ciudad se habían extinguido. En Parnassus Books no sólo se venden libros. Esa es la excusa. Se trata de un lugar de culto a la literatura donde se suceden las veladas de lectura, encuentros y presentaciones. Antes que escritora de ficción (y no ficción) fue periodista. Y antes de todo eso se la pasaba leyendo a Philip Roth, John Updike y Saul Bellow; a E. M. Forster y a Henry James.

La casa holandesa (AdN), que hoy nos ocupa, es su octava novela. Con Bel Canto ganó el Premio Orange, el Premio Faulkner y el Book Sense Book of the Year. Comunidad, también publicada por AdN, fue considerada una de las mejores novelas del año 2016 por The New York Times. Dicho esto, entremos en la mansión, tan importante en la historia como los protagonistas principales: Danny y Maeve Conroy.

La casa no es holandesa por su arquitectura, sino por la nacionalidad de la familia que la hizo edificar en 1920: los VanHoebeek. Todo en ella es imponente y suntuoso. Desde su ubicación, en lo alto de una colina a la las afueras de Filadelfia, hasta la estructura con salón de baile y comedor de techo dorado, hasta la decoración de pisos de mármol y repisas de Delft, sillas de seda y tapices otomanos. Enormes cristaleras dejan ver el interior de la residencia. No permiten, sin embargo, descifrar las turbias historias ni los enigmas que la habitan.

Nada más cruzar el umbral de la primera página, uno se encuentra en mitad de un salón decimonónico presidido por la severidad del matrimonio VanHoebeek colgando sobre la chimenea. El espacio huele a pasado remoto, a pastel de cerezas recién horneado, a costumbres de otro tiempo, más cerca de la era victoriana que de la modernidad. Pero Patchett nos saca pronto del error. Un par de estancias más allá del porche de baldosa roja, ya rozando el jardín trasero, descubrimos que estamos en mayo de un año impreciso entre la década de los 50 y 60 del siglo XX. Es el día en que Andrea, la futura madrastra depredadora, pisó por primera vez la casa.

A partir de ese momento asistimos a una sinfonía wagneriana sobre el arte de perder. Danny ejerce de maestro de ceremonias. A su lado recorremos el drama de los hermanos que Ann Patchett divide en tres partes y se desarrolla durante décadas. En pequeñas dosis, nuestro hábil narrador va tirando (y desenredando) de los diferentes cabos que embarran la madeja de la memoria y el pasado.

Los niños Conroy pierden desde el principio: sus padres y su hogar; también el negocio inmobiliario con el que Cyril Conroy se enriqueció tras la II Guerra Mundial. Y crecen alimentados por esas pérdidas. La rabia, la ira, la incredulidad que azotan al lector testigo del expolio que sufren no parece echar raíces en los protagonistas. Ellos se sobreponen como pueden a la adversidad y la indefensión. Danny al amparo de los cuidados y la protección de su hermana, Maeve —un personaje colosal, increíblemente construido de abandono, rupturas, nostalgias, responsabilidad, del deseo de comprender y perdonar, de no querer comprender ni perdonar en absoluto—.

Ambos se mueven al ritmo literario marcado por la autora. Un ritmo tranquilo, sereno, que salta en el tiempo, como el vaivén de las olas: calmas algunas, a veces rizadas de enojo y rencor, como un tsunami de incomprensión y venganza otras. Una y otra vez llegan a la orilla, estallan sobre la misma orilla, que permanece. La casa holandesa transcurre en torno a la mansión, en torno a la fijación que los hermanos han desarrollado con ella. Una especie de santuario, un fetiche que poco a poco se revela como una metáfora de las cargas vitales.

Es también una reflexión acerca del pasado, de la forma de mirar el pasado desde el presente. “Miramos a través de la lente de lo que conocemos hoy, así que no lo vemos como las personas que éramos entonces, sino como las que somos ahora”. Y sobre el futuro que tantas veces queda suspendido de un vacío forjado por el pasado, siempre sobrevolando implacable.

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La casa holandesa. Ann Patchett. Traductora: Carmen Francí Ventosa. ISBN: 978-84-9181-659-1. Editorial: AdN

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