Un profundo respeto por el mundo animal. Una insólita sensibilidad para comprender sus ritos, sus normas sociales, sus esquemas de vida. Una mirada inquieta, curiosa. Un deseo incontrolable por descubrir los enigmas de la naturaleza. Un interés innato por su filosofía. Escribir sobre animales no es ninguna excentricidad contemporánea. Desde Esopo hasta el penúltimo libro —aún no publicado en España— sobre Cecil, el león muerto en Zimbabue a manos (a flechas, mejor) de un cazador estadounidense, los animales de papel son un filón de inspiración, un espejo de excelente literatura.
Y es que hoy no sólo se escribe de especies icónicas como el caballo, el león, los perros, los felinos, los lobos… Aves insignificantes en apariencia, también halcones o águilas o seres medio bobos como los peces invaden (en el buen sentido) los anaqueles de las librerías de siempre —de esas que nos gustan a los enfermos del papel— y los de las digitales. Pese a la barbarie de algunos especímenes supuestamente humanos, los animales extraen lo mejor de cada persona. Quizás por ello, los libros sobre la fauna se valoran cada vez más. No sólo como fuentes de ciencia, biología o empirismo, sino como un espacio desmedido de emociones, de belleza, de amor, de misterio, de poesía.
Os dejo un pequeño escenario de animales de papel donde dar rienda suelta a todas las sensaciones, los miedos, las fobias, la empatía, incluso los lazos más íntimos que nos vinculan con ellos.
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