David John Moore Cornwell, John Le Carré, falleció el pasado domingo en Cornualles, ciudad donde residía, a causa de una neumonía no relacionada con el covid-19. Tenía 89 años y una trayectoria envidiable e intensa como escritor de novelas de espionaje (25 en total) ambientadas, al inicio, en el contexto de la Guerra Fría; en las conspiraciones internacionales contemporáneas, al final.
Le Carré sabía bien lo que se hacía. Conocía a fondo y en primera persona casi todos los enredos del espionaje internacional, los agentes dobles y las vilezas blanqueadas en aras de la lucha contra el totalitarismo comunista y los últimos estertores del nazismo.
Su carrera al servicio de su Majestad comenzó cuando le reclutó el MI5. Era muy joven entonces. Trabajaba como docente en Eton, el exclusivo colegio donde se formaban las futuras élites del poder británico. Antes había estudiado en las universidades de Oxford y Berna. En 1950, se alistó en el cuerpo de inteligencia de la Armada Británica, trabajando como interrogador (en alemán) de las personas que cruzaban el telón de acero hacia el oeste. De ahí se embarcó hacia Alemania donde trabajó hasta 1964, cuando el agente doble, Kim Philby, reveló su identidad al KGB. Con ello terminó con su etapa dedicada a los servicios secretos y se entregó por completo a la escritura.
Al Espía que surgió del frío le precedieron dos novelas —Llamada para el muerto (1961) y Asesinato de calidad (1962)— en las que el autor ya perfilaba el carácter y las aristas de su espía más célebre: George Smiley, una especie de alter ego del autor que protagoniza diez de sus libros.
Prácticamente consagrado como el maestro de la novela de espionaje, se empleó a fondo en depurar su estilo, intensificar su fuerza narrativa, perfeccionar la figura de Smiley y, con él, la lucidez a la hora de poner el dedo en las llagas de la corrupción, la mentira y las trampas de los poderosos. El espejo de los espías, El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley son excelentes muestras de la evolución literaria y estética de sus personajes, los ambientes asfixiantes y sórdidos, las descripciones afiladas, los diálogos perfectos.
El cambio de siglo —con la antigua URSS desmembrada, el telón de acero hecho trizas y el muro de Berlín, trocitos de ladrillo para el recuerdo de la infamia totalitaria— obliga a Le Carré a modificar los escenarios de sus intrigas. Ya había experimentado con ello en La casa Rusia o El jardinero fiel en las que abordaba temas igualmente espinosos como la corrupción en el corazón de la industria farmacéutica o el tráfico de armas. Más tarde, en Gibraltar con Una verdad delicada se adentra en los entresijos del terrorismo yihadista.
En 2016, el escritor que nunca quiso premios por escribir nos sorprende con una obra autobiográfica en la que da buena cuenta de su experiencia vital como espía, como escritor e investigador de escenarios sórdidos y personajes complejos. Volar en círculos repasa también su etapa infantil en manos de un padre maltratador, estafador profesional y asiduo visitante del hampa y los centros penitenciarios, que le convirtió en un “niño congelado”.
El año pasado se publicó en España su última novela, Un hombre decente, cuya trama analiza el controvertido contexto político occidental, el declive de la democracia y el auge de los políticos de dudosa calidad moral y escasas cualidades como líderes.
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